martes, 26 de febrero de 2008
"El espejo del alma" en internet
Se emite todos los martes a las 22:00 hora local.
martes, 22 de enero de 2008
Budismo y la idea de Dios-Creador
Os dejo aqui una reflexión acerca de este controvertido tema
No es que el budismo niegue la teoría de un Dios-Creador, pero considera la hipótesis no sólo innecesaria, sino también incompatible con los hechos conocidos. Si para poder existir el mundo debió haber tenido un creador que lo antecediera, ¿cómo es que este mismo creador llegó a existir, y por medio de qué leyes estaba gobernada su naturaleza? Si tal ser fue capaz de existir sin un creador, la única razón para asumir su propia existencia es removida, porque el mundo mismo puede igualmente existir sin una causa que le anteceda. ¿Pudiera decirse entonces que el universo y el proceso de vida tuvieron algún comienzo, o estamos obligados a pensar en términos de comienzos sólo debido a las limitaciones de nuestra propia mente?
Un comienzo de cualquier hecho, es un evento que tiene que suceder en un punto específico del espacio y del tiempo. No puede ocurrir en el vacío sin tiempo porque las tres condiciones del tiempo -pasado, presente y futuro- que son necesarias para que suceda cualquier evento, no pueden darse en un estado sin tiempo. Para que cualquier evento suceda, debe existir el tiempo antes de que suceda (pasado); el tiempo en que sucede (presente) y el tiempo después de que sucede (futuro). Pero el tiempo es todo él un concepto relativo: deben existir eventos sucediéndose para hacer posible que el tiempo exista, y es sólo a través de ciertos eventos sucediéndose regularmente, tales como la rotación diaria de la tierra y los cambios de estaciones, como el tiempo puede ser conocido y medido.
El acontecer de eventos necesita de la existencia de cosas. Por cosas quiero decir objetos que ocupan espacio y que por sus movimientos entre sí marcan no sólo divisiones en el tiempo, sino también áreas medibles en el espacio.
Espacio y tiempo son entonces una unidad; un todo cualitativo con partes cuantitativas o relaciones. Podemos considerarlas por separado, pero no podemos adelantar ninguna declaración sobre una que no involucre en cierta manera a la otra. En una pincelada ésta es la base de la teoría de la relatividad. El conocimiento del espacio y del tiempo depende de la conciencia y de la posición sin ningún punto fijo de observación. El movimiento espacial y temporal es común tanto al observador como al objeto observado, de tal manera que lo que puede ser conocido no es una "cosa" sino simplemente una relación.
Cuando esto es comprendido se desprende que nunca pudo haber existido un comienzo –un origen que surge de la nada– del universo o del proceso de vida. Es cierto que el universo como lo conocemos se desarrolló de la materia dispersa de un universo previo, y cuando desaparezca, sus restos, a la manera de fuerzas activas, darán nacimiento, después de un tiempo, a otro universo en exactamente la misma forma. El proceso es cíclico y continuo. El complejo espacio-tiempo es curvo, y en una construcción curva de interrelaciones no puede haber un punto de origen o salida, de tal manera que en estas series de causas relacionadas es inútil buscar una Causa Primera.
Tenemos la tendencia a buscar primeras causas y las pensamos necesarias sólo porque nuestras mentes están condicionadas a la relatividad temporal y espacial; la mente, por su propia naturaleza, debe operar dentro del mecanismo del cual es ella misma una parte; sólo puede tratar con relaciones. Esta es la razón por la que se dice en textos budistas –"no es posible descubrir el origen de los fenómenos, y no se puede encontrar el origen de los seres obstruídos por la ignorancia y entrampados por el deseo ".
De la misma forma que un universo da origen a otro a través de la energía residual que continuamente se renueva a sí misma –eso es, por medio del principio de la indestructibilidad de la materia– en esta misma forma la vida de un ser da origen a otro ser que no es el mismo en identidad y que no implica un ser inmutable, permanente. Aquello que los une es llamado en el budismo "kamma", o actividad volitiva; la continuación del proceso causal es llamada "samsara", o los ciclos del renacimiento; la actualidad del renacimiento y de la existencia sin ningún principio permanente de identidad o ser es llamada "anatta".
Cuando se dice que los ciclos del mundo o períodos del mundo, conocidos en el budismo como kappas, son de una duración inmensurable, debe ser recordado que todos los conceptos de tiempo son relativos; los medimos desde nuestra propia posición. En un contexto espacial inmensurablemente más vasto, el contexto del tiempo se alarga correspondientemente, de tal manera que eventos que cubren millones de años con nuestros cálculos, pueden ser medibles en términos de segundos. El cerebro puede enredarse con el concepto de infinitas construcciones espaciales-temporales que encajan o se impregnan entre sí interminablemente en todas direcciones, pero no está totalmente fuera de las posibilidades de la imaginación humana.
Aparece con bastante frecuencia en el pensamiento budista; hay un número infinito (expresado convencionalmente como "diez mil", o "incalculable") de universos y treinta y un planos de existencia que tienen amplias diferencias en la medida del tiempo.
Lo que es impensable es un estado no-causal donde ni el espacio, ni el tiempo ni los eventos tienen existencia alguna. Esto tiene que ser comprendido por medio de la percepción directa, lo que significa deshacerse de las cadenas de la relatividad y de sus conceptos y procesos, y contactar dentro de uno mismo el "asankhata" o elemento incondicionado. La mente pensante, racional y discursiva, al agotar su exploración de los fenómenos y descubrir que todos ellos son impermanentes y carentes de realidad esencial, debe trascender este mecanismo, parar los impulsos generativos, y así producir la liberación final de todos los procesos. Esta liberación final es llamada Nirvana.
martes, 15 de enero de 2008
Otra vez más...
Vivimos en una época de nihilismo moral y un culto ciego a la tecnología, mezclados con el rechazo a la dimensión espiritual de la vida. Televisión, películas, informática, juegos de ordenador, internet, la llamada inteligencia artificial, modernas telecomunicaciones, etc..... he aquí los ‘dioses’ de nuestro tiempo.
Pasamos por una etapa en la que no existe ni respeto, ni mucho menos disciplina, empezando por lo más básico que es la familia y el colegio. Estos se han convertido en un lugar de transición social obligada, perdiendo en gran parte, si no del todo, su labor docente, educativa en los valores éticos.
Las familias, o al menos la idea de familia se está desmoronando, dejando paso a una idea abstracta de la misma, en la que todo vale, con tal de encajar en una pretendida modernidad y un cambio evolutivo de la sociedad.
Vivimos tiempos de abandono de los templos, iglesias y sinagogas, donde muchos de los representantes de las religiones y creencias, se erigen a si mismos como salvadores del mundo, difundiendo sus ideas personales para crear odio, fanatismo y rencor.
Vivimos un tiempo donde el máximo referente de la televisión son los ‘reality-shows’, en los que unos personajes exponen, a cambio de dinero, sus más bajos instintos y entrañas, para ser devorados por un público vulgar, ávido de ver y disfrutar con los ‘males y desgracias ajenas’.
Presenciamos como se utiliza el derecho a la vida, con fines publicitarios y políticos, donde una mujer en estado vegetativo, se convierte en moneda de cambio y presión social, para ser utilizada según conveniencia política de unos o de otros.
“Cuando el sabio señala con el dedo a la luna,
lo único que ve el necio es el dedo”...
Una creencia religiosa, según mi criterio, no es una confirmación de la realidad, de nuestra realidad, o de la realidad colectiva de un grupo, sino que es un concepto que trasciende la comprensión del pensamiento humano. Es como un dedo apuntando la Luna.
Muchos lo usan para señalar con él a otros que miran en otra dirección, y para hacerles daño.
Otros lo usan para sacarse los ojos, como los fanáticos, a quienes la religión ha dejado ciegos.
Muy pocas personas con creencias religiosas, son lo bastante objetivas como para observar lo que el dedo está señalando. Y estas personas, que han superado la creencia, se las tacha de blasfemas, se las señala con el dedo....
Porque, vuestras creencias pueden ajustarse a vuestra mentalidad, pero ¿encajan realmente con los hechos cotidianos?
Porque, muchos se pasan la vida filosofando sobre sus creencias, religiosas o no, pero, de todo lo que dice, ¿cuánto encaja con sus propios actos?
De alguna manera, la religión, que no las creencias, son como los refugios de nuestra ignorancia. Son como profundos lagos en los que se sumergen las cosas que nuestra mente racional no puede entender. Y una vez sumergidas, desaparecen de nuestra vista; Nos creemos que el problema está resuelto y que lo hemos asimilado. Es un área, que no debemos comprender, pues es ‘dogma de fe’, y eso es inexplicable. Y esto es un gran error, pues siempre estaremos cegados por el reflejo en la superficie de ese lago, sin dejarnos ver lo que hay debajo.
Las celebraciones de año nuevo casi siempre llevan a la par unos deseos de profundos cambios en nuestra forma de vida. Nos hacemos firmes propósitos de cambios, que supuestamente van a producir una mejora en nuestra vida. Con mucho entusiasmo afrontamos esas fiestas, participando de ritos y creencias populares diversas.
Yo lo veo como el estreno de una nueva película. Antes se produce un gran interés por verla, y el marketing se encarga de ello. La gente habla de ella, se escriben muchos artículos en prensa y finalmente se produce el estreno (31 Diciembre). La película es fantástica y nos ha gustado mucho. Pero seguro que al cabo de varias semanas ya no tiene el menor interés.
Lo mismo sucede con los buenos propósitos de cada año; conforme pasan las semanas, vamos perdiendo el interés hasta que volvemos a nuestra rutina anterior. y todo sigue igual, una año más, y otro, y otro...
lunes, 7 de enero de 2008
Un cuento de navidad
Erase una vez, en una pequeña ciudad, una tienda de animales, en la que vivía un pequeño perrito, al que nadie había querido comprar hasta entonces, pues no era de raza.
Los dueños de la tienda se encariñaron con él, así que habían decidido que se quedara con ellos, y así, tal vez alguien quisiera comprarlo y llevárselo.
El pequeño perrito intentaba agradar a todos cuantos se paraban a mirar a través del cristal del escaparate, donde solía pasar la mayor parte del tiempo. Se volvía loco de alegría cuando veía que alguien entraba y se interesaba por él. Aunque esa alegría eran siempre nubes pasajeras, ya que parecía que finalmente nadie quería aceptarle y ser su amo, su amigo.
El tiempo pasaba y él se sentía cada vez más triste y desdichado...
Pero cierto día, se paró delante del escaparate un preciosa niña, y el perrito, al verla se sintió contentísimo. Algo le había llamado especialmente la atención en ella, y era su intensa mirada. La niña se quedó prendada y enamorada del gracioso perrito, por lo que se fue corriendo a su casa, a pedirles a sus padres que se lo compraran. Ante su insistencia y entusiasmo, estos fueron con la niña a la tienda, y aunque no les desagradó el animalito, argumentaron que ya no era un cachorrito, y que era un poco viejo para ser su mascota, así que, a pesar de los deseos de la niña, y la profunda desilusión del perrito, no se lo llevaron a casa con ellos.
Así, una vez más, se quedó nuevamente solo, y aunque sus dueños no lo trataban mal, ya que le daban de comer y un lugar para dormir, apenas jugaban con él, por lo que se sentía muy triste y desgraciado. Necesitaba el cariño de alguien y también alguien a quien querer y dar su amor. Pensaba mucho en la pequeña niña que vino a verle. En sus grandes ojos llenos de alegría.
El perrito se pasaba el día tendido en un rincón del escaparate de la tienda, mirando melancólicamente a la calle, con la esperanza de poder volver a verla. Pero los días pasaban, y ella no volvió a aparecer...
Pero para su enorme sorpresa, algunas semanas después, la niña volvió a la tienda, a escondidas de sus padres. Sin que los dueños de la tienda se dieran cuenta, le dio unas galletitas.
El perrito iba a volverse loco de alegría, ladrando y moviendo la cola, dando unos graciosos saltos y brincos.
- “No por favor, no ladres, que tus amos se van a dar cuenta”, le dijo la niña, indicándole que se estuviera quieto y callado. – “Si me ven, lo mismo no me dejarán jugar más contigo”, le susurraba al perrito mientras le acariciaba.
A partir de entonces, se hicieron grandes amigos, y cada vez que la niña podía, iba a verle a la tienda, donde seguía en el escaparate o bien sujeto a una correa, sin poder salir a la calle, algo que deseaba con todas sus fuerzas, sobretodo cuando la niña se marchaba y él se quedaba solo.
Lo pasaban muy bien juntos, pero cada vez que se separaban, ambos se sentían tristes, pero albergaban la esperanza de que algún día el perrito se escapara de la tienda, y así poder estar juntos.
Sin que nadie se percatase, el perrito, poco a poco, día a día, fue aflojando los pernos de la base donde ataban su cadena. Albergaba la idea de poder escaparse algún día y poder correr hasta su amiguita para estar juntos. Esa ilusión hacía que se sintiera un poco más vivo.
Pero cierto día de verano, cuando la niña vino a verle, la notó algo extraño, distinto. Su instinto le decía que pasaba algo, pero no lo entendía. Se sentía algo confuso. La niña le dijo que había encontrado otro perro, y que sus padres lo habían aceptado en su casa, pero que no obstante, ella solo le quería a él, y que por nada del mundo lo cambiaría por el otro, ni le iba a abandonar. Siempre estaría esperándole y no importaba lo que tardase.
Ese día, el pequeño perrito se sintió extrañamente triste, pues su instinto le indicaba que algo se estaba rompiendo entre los dos, que ella se estaba alejando. No se lo ocultó a la niña, y se lo dijo cuando esta volvió a verle, pero ella le tranquilizó, diciéndole que ella solo le daba de comer al otro perro, pero que no le gustaba mucho ni le quería como le quería a él.
Desde ese día, el perrito hizo todo lo posible por romper la cadena que lo sujetaba, con lo que se ganó varias reprimendas y golpes de sus amos. Cada vez que la niña venía a verle, intentaba estar especialmente cariñoso con ella, y procuraba hacerla saber, que muy pronto conseguiría escaparse, y podría estar al fin junto a ella.
Presentía algo extraño, que le inquietaba, que le robaba el tiempo, pues aunque su amiguita seguía viniendo a verle y jugaba con él, cada vez eran menos las veces, y menos el tiempo que pasaba con él. Empezó a poner excusas de que no tenía tiempo o que los padres la regañaban.
Cierta tarde, estando el perrito como siempre mirando a la calle a través del escaparate de la tienda, vio con tristeza y cierta frustración, como la niña pasaba por la acera de enfrente paseando alegremente a otro perro. Se sintió verdaderamente desolado y no sabía que hacer. Arañó el cristal con todas sus fuerzas, y gimiendo y ladrando, trató de llamar la atención de su amiga. Sus aullidos no sirvieron de nada, salvo para que el dueño se enfadara con él y le diera un par de patadas. La niña, sin mirar para la tienda, dobló una esquina y desapareció de su vista. El pobre perrito no entendía nada...
Esa noche, le invadió una gran pena y sintió que no quería seguir viviendo. Se quedó muy triste, mientras unas ardientes lágrimas le brotaban de sus grandes ojos. Unos ojos que en otros momentos reflejaban tanta alegría y amor. Se sintió roto...
Lloró desconsoladamente toda la noche. En los días siguientes se negaba a comer lo que sus amos e ponían. Sus tristeza conmovió incluso a sus amos, aunque estos no llegaban a comprender el porqué de su estado de ánimo.
Pasaron varias semanas, hasta que un día, la niña volvió a presentarse en la tienda. Quería volver a jugar con el perrito, pero éste, estaba apagado y triste. La niña, extrañada le preguntó que le pasaba. Él le contó que la había visto una noche con el otro perro, y que no comprendía porque lo había ignorado. Le dijo como de mal se había sentido, aunque omitió que había llorado mucho por ella.
- “lo siento mucho, y lo comprendo...” – le dijo la niña, -“ pero piensa que yo también me siento desgraciada al no poder jugar contigo todo el día. A mi también me gustaría que estuvieras en mi casa, conmigo”. Le dijo que también le dolía ver como él jugaba con sus amos, cuando éstos le sacaba alguna vez a la calle, cuando le hubiese gustado hacerlo ella en su lugar. Además, sus padres no la permitían tenerle a él en su casa, y más aún teniendo ahora otro perro, de raza extranjera y más joven que él y que les hacía compañía.
Pero de cualquier forma, la niña de dio a entender, que le quería solo a él, repitiéndole que siempre le estaría esperando con ilusión. Al oír todo esto, el perrito recuperó un poco de su esperanza y volvió a brillar en sus ojos la luz de la felicidad. Movía su cola y lamía la mano y cara de su amiguita, mostrándole así su afecto y amor.
La niña se marchó ese día y pasó el tiempo. No volvió a saber nada más de ella, que al parecer, se había olvidado por completo de su amiguito.
Se acercaba ya el frío invierno, y la niña siguió sin dar señales, por lo que el perrito, desesperado por no tener noticias suyas, logró, tras un enorme esfuerzo, romper sus cadenas. En el intento se produjo varias heridas profundas en el hocico y cuello. Aprovechando la oscuridad de la noche, logró huir de la tienda, emprendiendo la búsqueda de su amiguita.
Ahora se sentía el perro más feliz del mundo, pues muy pronto iba a dar con su amiguita y se quedaría con ella, su verdadera dueña. Al menos la dueña de su pequeño corazón. Y si los padres de ella no le aceptaban en un principio, él ya sabría que hacer para ganarse su cariño y confianza. Estaba seguro que, cuando le conocieran de verdad, también le brindarían su cariño y amor. Sabría ganarse su simpatía y confianza.
Hacía mucho frío esa noche y había comenzado a nevar. Los primeros copos de nieve cubrían ya las calles, los árboles y tejados de las casas, pintándolo todo de un extraño manto blanco. Las chimeneas, encaramadas en lo alto de los tejados, dejaban libres blancas estelas de humo y olía a leña quemada en los hogares.
El perrito vagó por las calles durante muchas horas, y el frío y el hambre comenzaron a hacer mella en su inicial entusiasmo. Pero no se iba a dar por vencido. No sabía muy bien por donde buscar a su amiguita, pero tenía plena confianza en que la encontraría pronto... Esquivó un par de veces el coche de la perrera, y estuvo a punto de ser atropellado por un coche, pero siguió adelante, ajeno al desaliento.
Así llevaba ya varios días caminando sin rumbo, y esa noche las patas ya le dolían mucho y habían comenzado a sangrar debido al frío y al cortante hielo de la calzada. También las heridas del cuello tenían mal aspecto. Tenía fiebre y caminaba ya muy cansado y despacio, con dificultad, pero no podía parar.
Una joven muchacha, al verle, le llamó y él acudió caminando lentamente. La chica, viendo su lamentable aspecto, todo sucio y demacrado, le ofreció algo que comer, que aceptó agradecido, pues el hambre apenas le permitía tenerse ya en pie. Se dejó acariciar el lomo y las orejas, ya que un poco de calor humano no le venía mal. La chica le invitó a que la siguiera, pero él, mirándola fijamente un momento, se volvió y se alejó lentamente de ella. Se sentía agradecido, pero debía seguir su búsqueda. A pesar del dolor, siguió su camino, casi arrastrándose por las oscuras calles de la ciudad, tratando de encontrar un rastro que le llevara finalmente hasta su amiguita querida.
Al cabo de errar por muchas calles y caminos, creyó percibir un olor que le era extrañamente conocido. Provenía de una bonita casa, y que a través de una de sus ventanas se podía observar a una familia alrededor de un fastuoso y brillante árbol de navidad. Y una de esas personas era la niña, su amiguita del alma...
A pesar de sus heridas, el perrito aceleró como pudo sus pasos, igual que se había acelerado su corazón al verla a ella. Se dirigió a la puerta de la casa, y comenzó a arañarla y a ladrar, moviendo al mismo tiempo la cola con gran excitación. Trataba de llamar la atención de la niña. Nadie pareció haberle oído, pero al rato de insistir, se abrió la puerta y apreció una señora que, al verle, hizo unos gestos de desagrado, y tras dirigirle algunas sucias palabras, le dio una patada que le lanzó a la acera, cerrando luego la puerta.
El perrito gimió de dolor, levantándose con las pocas fuerzas que aún le quedaban. A pesar de todo, no se desanimó, y penosamente se arrastró como pudo hacia una de las grandes ventanas, y tras un gran esfuerzo, se asomó a ella. Lo justo para poder mirar hacia dentro... Cuando lo logró, y por fin pudo ver más de cerca a su querida amiguita a través del cristal de la ventana, su pequeño y fatigado corazón pareció quebrarse y su frágil alma se hundió en la más oscura tristeza...
Permaneció así un buen rato, asomado a la ventana y gimiendo, mientras observaba a su amiguita jugar alegremente con el otro perro, que se revolcaba sobre la espaciosa y cálida alfombra al pie de la chimenea. Mientras, los padres de la niña, reían todas las gracias el perro hacía.
Dos grandes lágrimas surgieron de los negros ojos del perrito, que le corrieron por la cara, como dos ardientes regueros de fuego. Gimió lastimosamente, y comprendió que todo lo que había luchado y sufrido por ella, había sido en vano. El le había entregado todo su cariño y amor, de forma incondicional, y ahora que estaba libre, y cuando más la necesitaba, ella le abandonaba...
Lentamente se volvió sobre sus pasos, y con la mirada triste y vacía, como su corazón roto, se dirigió a la calle, mientras que de sus ojos seguían brotando las lágrimas.
Ya no le importaba el frío, ni la nieve ni el dolor de sus heridas. Ya nada le importaba. Con el rabo abatido, se dirigió lentamente hacia la oscura carretera. No vio las luces, ni oyó el rugir del motor del camión que se acercaba... o quizás, ya no quiso oírlo.
En la oscura y fría noche, se escuchó un último, estremecedor y angustioso gemido.
La sangre caliente manchó la inmaculada nieve, mientras un profundo y triste suspiro se mezcló en el silencio...
Sus últimos pensamientos fueron para ella, aunque ella nunca lo sabría....
Luego,... solo el blanco y frío silencio de la noche eterna...
Budismo - Los cinco preceptos
Con generosidad sin limite, purifico mi cuerpo.
Con tranquilidad, sencillez y contento, purifico mi cuerpo.
Con comunicación veraz, purifico mi habla.
Con conciencia clara y lúcida, purifico mi mente.
No son reglas. Adoptamos los preceptos con el fin de instruirnos; hacemos todo lo posible para conseguir entender que el ir en contra de ellos conduce a la infelicidad y al sufrimiento, tanto nuestro como de otros. Son para ayudarnos.
sábado, 5 de enero de 2008
Mente de principiante
Existe un bosque, no muy lejos de donde nos encontramos, en el que habitaba, no hace mucho tiempo, un Maestro Camaleón. Su avanzada edad había cimentado en él lo que consideraba una técnica perfecta. Al fin y al cabo, le había permitido sobrevivir y por ello recibir la consideración de sus congéneres. Con posiciones y desplazamientos lentos, se adaptaba a las formas de cada entorno, haciendo que su figura fuese casi imposible de distinguir aún cuando se movía. Podía conseguir en su piel tonos que lo hacían confundirse con una rama, un trozo de corteza o una verde hoja entre otras. Desde su aparente inmovilidad podía generar un movimiento explosivo que lanzaba su veloz lengua hacia su objetivo con cierta precisión. Sus ojos captaban todo lo que ocurría a su alrededor sin que su atención quedase atrapada por nada en particular. Su espíritu estaba en constante alerta, aunque confiado en su técnica y en la experiencia de los años, a menudo desataba sus pensamientos llenando el vacío de su mente.
Estas habilidades eran envidiadas y admiradas por otros muchos animales, y desde su invisibilidad podía oír con frecuencia los elogios que le dedicaban. Esto era muy de su agrado pues pensaba que era una pequeña recompensa por su esfuerzo en mantenerse activo, y convertir la tarea de sobrevivir en un Arte.
Solitario, deambulaba como un fantasma por los árboles, ocultándose a sus enemigos y utilizando sus habilidades para cazar. A veces se paraba a observar la técnica de otros camaleones y encontraba en ella tantos fallos que se sorprendía que no pasaran hambre e incluso de que no estuviesen ya muertos.
Hacia ya algún tiempo que empezó a acompañarle un joven camaleón, que admirado por sus cualidades y en su afán por superarse, se había convertido en su pupilo. Ambos solían compartir un mismo árbol y así el Maestro Camaleón, podía ser observado con atención por el aprendiz.
Cierto día, desde la atalaya de una rama, distinguieron entre unos arbustos, la entrada a una extraña madriguera. El joven camaleón, lleno de curiosidad y con la seguridad que nace del inconsciente ímpetu juvenil, descendió del árbol y se dispuso a averiguar que animal la habitaba. El Maestro Camaleón se quedó observando desde la rama como si parte de ella se tratara.
Al cabo de un buen rato el joven camaleón regresó y le dijo a su maestro: ¡Es un camaleón! ¡La madriguera está ocupada por un camaleón! Al verlo, me quedé petrificado por la sorpresa. A pesar de no tener muchos años, noté que dominaba la técnica de la absoluta inmovilidad, parecía no tener vida. Desde esa posición sentí como me observaba buscando mis puntos fuertes y débiles, tratando de analizarme al instante. Sin duda es un joven maestro a la búsqueda de un constante mejoramiento.
El Maestro Camaleón, algo incrédulo, y dudando del buen criterio de su pupilo, decidió comprobar por si mismo la valía del joven maestro. Seguro de su habilidad mimética y de sus años colmados de experiencias, decidió al principio demostrar que podría llegar a observarlo sin que él percibiese su presencia. Convertido en una piedra grisácea, permaneció durante horas a la espera de que se mostrase. Comenzaba a atardecer. Pronto oscurecería y el suelo no era un terreno propicio para que le sorprendiera la noche, por lo que decidió no dar por perdido el esfuerzo invertido y saciar su curiosidad asomándose a la entrada. Con una desesperante lentitud, poco a poco se fue acercando. Su piel cambiaba gradualmente del color de la pizarra al ocre arcilloso y de este al verde de la hierba fresca.
Al fin llegó a la entrada de la singular madriguera, y observó que no estaba excavada en la tierra como otras que había visto, sino que era mas bien un pasadizo entre los arbustos, y justo en el centro del mismo, en una total inmovilidad, su experimentada visión distinguió a otro camaleón que le miraba directamente con uno de sus ojos. Su instinto no le reconoció como un peligro y el Maestro Camaleón, divertido por la ingenuidad de su congénere pensó:
Este novato no vivirá mucho más con esta técnica. ¡Cómo se le ocurre estar tanto tiempo en el suelo y no acogerse a la seguridad de los árboles! Sin duda, la inexperiencia de mi pupilo ha dejado volar su imaginación, pues además de no ser joven, este camaleón tiene aún muchos fallos en su camuflaje. No me extraña que no se atreva a moverse. Además, aunque quisiera hacerlo seguro que lo hará de forma torpe e insegura, por lo gorda que tiene la panza. Quizás se cebó en un hormiguero. Su espíritu está claramente distraído, su mente lo absorbe en pensamientos y consideraciones que anulan su capacidad de reacción. En este momento podría ser devorado por una serpiente o por un zorro. Debería esforzarse mas en mejorar y no conformarse con su extraña y deficiente técnica, aunque al parecer, la haya dado algún resultado hasta ahora.
Pensando esto se dio la vuelta apresuradamente para volver a la protección de las alturas, y el novato camaleón hizo exactamente el mismo gesto al otro lado del trozo de espejo que estaba apoyado en los arbustos.
Antonio Avila – Septiembre 2003
Citas y frases para pensar
Dos hombres bebían té en silencio.... Al cabo de un rato, uno de ellos dijo:
- “La vida es como una taza de té templado”......
- “¿Como una taza de té templado?”, preguntó el otro, - “¿Y porqué?”
- “¡Y yo qué sé!......¿Crees acaso que soy un filósofo?”
- “Estoy dispuesto a ir adonde sea en busca de la verdad...!”, dijo el discípulo.
- “¿Y cuando vas a partir?” le preguntó el Maestro.
- “En cuanto me digas adonde debo ir”, contestó el discípulo.
- “Entonces te sugiero que vayas en la dirección en la que apunta tu nariz.”
- “Si, pero, ¿Dónde debo detenerme?”, “¿Cómo sabré que he llegado?”
- “Puedes detenerte donde tu quieras.”
- “¿Y estará allí la verdad?”, preguntó el discípulo un tanto confuso.
- “¡Sí! Justamente delante de tu nariz, mirándote a esos ojos tuyos,
que son incapaces de ver nada.”
El refugio del alma
Muchas horas de reflexión profunda, unidas a un cúmulo de experiencias a todos los niveles, me llevaron a la imperiosa necesidad de encontrar un momento de verdadero aislamiento y soledad, en la que poder meditar sobre todo ello. Sentía esa imperiosa llamada desde mi interior, desde el mismo día en que visitamos por primera vez la pagoda del pequeño templo de la montaña. De alguna manera, este pequeño lugar había despertado algo profundo en mí y me había atrapado en él.
Y ahora, creía que había llegado la hora o el momento, de dar un paso significativo hacia mi interior. Era el momento de despertar algo que llevaba muy en mi alma. Algo que, posiblemente, podría producir un profundo cambio en mi como persona, pero que no me asustaba afrontar, porque intuía que era para bien. Era un punto de inflexión en mi vida, quizás un retorno a mis verdaderas raíces espirituales, y un punto, donde encontraría respuestas.....
Decidí ir caminando, ya que la distancia desde la ciudad no me parecía excesiva, como para no poder hacerlo. Sería al mismo tiempo, una excelente forma de calmar mi mente, mientras paseaba. Dejé a los demás del grupo, en el hotel, justo después del almuerzo, y sin decirles nada, me encaminé hacia la montaña. Para ello tenía que atravesar media ciudad, pero eso me suponía un agradable paseo. No pensaba en la distancia que tenía por delante, que a lo sumo podían ser unos siete u ocho kilómetros, sino que ponía mi mente en todo lo que me rodeaba a cada instante. Además, no tenía prisa alguna por llegar, ni horarios ni tiempos que cumplir.
Recordaba sin dificultad el camino a seguir; siempre se me ha dado muy bien la orientación, hasta tal punto que siempre recuerdo los lugares donde he estado, aunque solo sea una vez. Los puedo volver a encontrar sin dificultad alguna. Jamás me he perdido en ninguna ciudad grande, y no me iba a perder ahora aquí. En cualquier caso, no era una idea que vagara por mi mente. Atravesaba las amplias avenidas y calles de Dengfeng con paso tranquilo, saboreando cada momento. Alguna gente del lugar me miraba con notoria curiosidad. No era muy habitual ver a un extranjero por las calles de esta ciudad. Yo me sentía, de alguna manera extraño, entre tanta gente tan distinta, en apariencia, a mí. Otro idioma, que desconocía bastante, otra cultura, que aunque no me era del todo ajena, si era distinta a la mía. Todo era distinto, diferente en su manera de vivirlo, no en su esencia. Y esa sensación no hacía más que incrementar mi interés por todo lo que me rodeaba. Mis instintos estaban a flor de piel. Entré en un par de pequeñas tiendas y grandes establecimientos para comprar agua, y algún helado, aunque la razón verdadera era la simple curiosidad y mi deseo de entablar conversación con los lugareños.
En apenas cuarenta minutos ya estaba en las afueras de la ciudad, caminando por la ribera del río que atravesaba de norte a sur la pequeña urbe. Hacía mucho calor, aunque era soportable. Me crucé con uno de esos pequeños cacharros motorizados que hacían de taxis, y el conductor me preguntó si me llevaba. Estuve tentado de aceptar, pero algo en mi interior me empujaba a seguir caminando. Tenía que ir a pie. Simplemente debía ser así. Le contesté que no gracias, con mi limitado chino, y el hombre se entusiasmó tanto que me siguió un buen trecho, hablándome como si yo le entendiera perfectamente. Yo me reía un montón y el hacía lo propio. Al final logré decirle, o hacerle entender que ahora no le necesitaba, que quizás a la vuelta. No sé lo que debió entender exactamente, pero se paró en una de las casas que había a pie de carretera y me saludó efusivamente. Casi una hora más tarde había alcanzado la entrada al templo. Los vigilantes del puesto de control de la carretera de acceso me recordaban perfectamente y me saludaron amistosamente.. La entrada al recinto, creo recordar que costaba unos 10 Yuan. Siempre guardo las entradas de los lugares que visito (y no sé muy bien porqué), y luego pude comprobar la numeración correlativa con las entradas de hacía una semana atrás. Eso significaba que nadie después de nosotros había visitado el lugar. El encargado de las visitas al templo me estaba esperando. Supongo que los otros le pusieron sobre aviso de que iba a llegar alguien. Fue muy amable, ya que no me molestó en ningún momento durante mi permanencia en el sitio.
Como la vez anterior, el interior del recinto del templo estaba totalmente tranquilo y silencioso. Yo era el único visitante en esos momentos. En un primer instante, no sabía exactamente a donde dirigirme, ni lo que quería hacer. Me acerqué a observar detenidamente la gran estructura de la pagoda. Parecía bastante nueva y bien conservada, a pesar de su antigüedad. Detrás de la misma se hallaba la sala con el Buda. Me dirigí hacia allí. Tampoco había nadie. Cogí tres varillas de incienso que había sobre un montón, y las encendí en una de las velas del pequeño altar. Seguidamente, las ofrecí, de corazón a Buda, colocándolas en un recipiente especial para tal efecto. Hice las tres reverencias preceptivas y di las gracias por permitirme estar allí.
Finalmente me senté a un lado de la puerta de entrada, justo junto al tronco de un gran y vetusto árbol, que me proporcionaba una fresca y agradable sombra. Las vistas eran espléndidas. Delante de mis ojos tenía los jardines rodeando la base de la gran pagoda. A lo lejos, podía vislumbrar parte de la ciudad. A mi derecha, una escarpada ladera poblada densamente por viejos pinos y otra vegetación, mientras que a mi izquierda, y entre las ramas, podía ver otra parte de la majestuosa montaña. Me sentía extrañamente eufórico y tranquilo a la vez. El aire era limpio, sin el más leve atisbo de contaminación. Tenía la impresión de que revoloteaba a mi alrededor, envolviéndome con su suave y cálida brisa.
Cerré los ojos, tratando de ver mi entorno con los ojos de mi mente. Nada cambiaba; La misma sensación de paz y tranquilidad me envolvía. Este lugar era un auténtico refugio para mi alma y mis sentidos. Era como si sintiese que yo ya estaba allí, antes siquiera de que realmente hubiese llegado. De alguna manera extraña, me parecía que siempre había estado allí, formando parte de todo cuanto me rodeaba. Y esa unión de mi cuerpo físico, mi mente y mi espíritu con ese entorno, logró ese estado de armonía tan especial, que no puede ser transmitido con palabras. Un estado que realmente trasciende lo puramente físico y mental, que eleva la conciencia a planos más elevados, donde tienen lugar todas las sensaciones a la vez. Y al mismo tiempo, te permite disfrutar de cada situación, de cada instante, de cada molécula temporal de manera individual.....
Y mi mente se evaporó, se perdió en el insondable abismo de mi interior, en busca de respuestas....
Respuestas ....
Y de repente, la sensación de unirme en un solo ser, en un solo Yo absoluto e inabarcable, me inundó cada poro de mi piel, con la impresión de haberme encontrado con una parte de mi que me faltaba. Al mismo tiempo, era la sensación de romper con algunas cadenas que me mantenían atado a otra realidad subjetiva. Había roto el cristal, a través del que siempre había estado mirando el mundo y la vida, y que en ocasiones no me dejaba ver la realidad impermanente de las cosas, porque, en verdad lo que estaba mirando era el cristal, y no lo que había detrás. Fue como abrir una nueva ventana a mi alma, a mi conciencia, y por ella veía las cosas de otra manera.
Cuando nos invade una impresión de estancamiento y de confusión,
Lo mejor es distanciarse otra vez,
Concederse el tiempo de reflexionar y de recordar el objetivo de conjunto:
¿Qué es lo que nos hará verdaderamente felices?
A continuación, debemos reformular nuestras prioridades sobre esta base.
Tuve una visión, o un sueño, aunque estaba seguro de no estar dormido, en el que me veía entrando en la sala de un templo, lleno de estatuas y figuras de Buda, apenas iluminada por unos tenues rayos de sol, que se colaban por unas vetustas ventanas cubiertas de tela. En el centro de la estancia, había un anciano monje, sentado sobre un amplio sillón. Al entrar hice una reverencia, y me acerqué para entregarle un sobre lacrado, dirigido a él, que me había dado mi propio Maestro, a modo de recomendación. Luego, me senté ante él en el suelo, a cierta distancia, sin decir nada. El anciano Maestro abrió el sobre y sacó la carta sin mediar palabra alguna. La estuvo observando y levantó la mirada hacia mí. Una mirada profunda, serena y cristalina me traspasó por un momento, y luego volvió a posarse en la carta. Durante un largo rato, volvió a repetir el mismo gesto, una y otra vez: miraba el papel y, luego, alzaba la vista para observarme. Comencé a sentirme algo nervioso e incómodo. Sentía miedo de que no me aceptara o que me reprendiera por algo. Quizá se trataba de una prueba, y yo no era capaz de superarla. Aun así, permanecí tranquilo y callado, aunque algo expectante, mientras el anciano Monje leía la carta. Al cabo de un rato, entornó algo los ojos y me devolvió el pliego de papel con una ligera sonrisa. Lo tomé y, sin poderlo evitar, lo miré: era un papel en blanco en el que solo había un pequeño sello de tinta roja. No había nada escrito. Algo me sobrecogió por dentro; durante todo este tiempo, el anciano Maestro no había estado leyendo nada. Viendo mi estupor, me dijo: “Tu eres como yo. Somos en realidad la misma cosa. Trata de ser feliz. Si tu lo eres, yo también lo seré”....
A medida que penetramos por nuestra propia voluntad
En cada zona de miedo,
Cada zona de debilidad y de inseguridad en nosotros mismos,
Descubrimos que sus muros están hechos de mentiras,
De viejas imágenes de nosotros mismos,
De miedos muy antiguos y de falsas ideas de qué es puro
Y de qué no lo es.
Un ligero ruido a mi izquierda me hizo abrir los ojos. Una pequeña ardilla se había acercado hasta escasos veinte centímetros de mis pies y me miraba fijamente. No me atrevía casi a moverme, para no asustarla. Pero esta, lejos de mostrarme miedo, se me subió a la zapatilla. Me aventuré a extender ligeramente mis dedos en su dirección, seguro de que saldría corriendo. Para mi creciente asombro, comenzó a olisquear mis dedos y acto seguido se subió a mi mano. Me miraba fijamente con sus ojillos redondos, moviendo sus largos bigotes, mientras emitía unos chirridos, como si estuviera hablándome... ¡Me costaba creerlo! No puedo describir esa sensación con palabras. Apenas unos momentos después salió corriendo y se perdió entre unos matorrales, fuera del alcance de mi vista. El breve encuentro con ese pequeño y escurridizo animal, me hizo comprender y sentir muchas cosas, que de repente llenaron de luz, zonas en sombras sin respuestas, que habitaban en mi mente. Mi serenidad y tranquilidad de espíritu habían sido captadas por el animal, que seguro, como todos los animales, poseía un elevado sentido de la percepción energética.
Esta cuestión fue el hilo conductor de mis pensamientos, que me llevaron a la primera pregunta que me plantee analizar: ¿qué me había llevado a estar finalmente aquí sentado, a miles de kilómetros de mi lugar de origen?... ¿cuáles eran las profundas razones de mi enorme interés por este país y su cultura?... ¿Porqué había elegido Shaolin, si es que lo había elegido?.... ¿Quién era yo y cuál era mi propósito en la vida?... ¿qué estaba buscando?..... Pero sobretodo, la pregunta raíz: ¿Quién era Yo?....
Intentando negar que todo cambia constantemente,
Perdemos el sentido del carácter sagrado de la vida.
Tendemos a olvidar que formamos parte indivisible
Del orden natural de las cosas.
De alguna manera, era como si mi vida se detuviese en algún lugar del camino, un lugar atemporal, sin perturbaciones, y mi conciencia despertara a una nueva realidad. Podía pensar con una claridad sobrecogedora, sin que me asaltaran las constantes imágenes de acontecimientos y palabras, que normalmente vagan por nuestra mente, y que no hacían más que crear confusión interior. Todos los pensamientos fluían por mi mente de manera ordenada, creando conceptos, ideas y respuestas fácilmente comprensibles. Tenía respuestas que mi mente racional y analítica, podía comprender de manera clara y concisa.
De repente, todo ese proceso mental se detuvo, se diluyó en mi espacio interior y pasé a ser un mero observador de todo lo que sucedía interiormente. Ese algo superior a tu propia mente, tomó conciencia del todo...... Y eso supuso una liberación extraordinaria...
Buscar la verdad absoluta era como pretender alcanzar el horizonte. Siempre estaría lejos. No era esa la verdad. Era solo una imagen mental, un concepto subjetivo. La verdad es tan simple, que la tenía delante de mi, detrás, a mi lado, estaba sentado sobre ella, y al mismo tiempo me envolvía con su invisible manto; constituía mi aliento, y al mismo tiempo, era siempre inalcanzable. Si quería atraparla en mi pensamiento, desaparecía, era otra cosa. Corría a mi alrededor en forma de hormiga, o caía al suelo como una hoja mecida por la brisa. La verdad, era mis dedos jugando con una simple brizna de hierba. La verdad es ese instante momentáneo de felicidad. Pero también lo es la búsqueda de esa felicidad. En definitiva, la verdad pura y última de las cosas, es su existencia en si misma, es tan simple y complejo a la vez. La verdad es la vida misma.
La verdad pura, la respuesta última, vendría cuando el proceso mental de la búsqueda se detuviera, en un espacio interior, como al que había llegado mi mente aquí, en este momento. Y esa verdad es como un relámpago, que solo existe en el momento preciso en que se manifiesta. Todo lo demás, serán conjeturas ‘acerca’ del fenómeno, acerca de la verdad. Y cada relámpago es único e irrepetible. No existen dos iguales. La vida es lo mismo, cada instante es único e irrepetible. Solo hay que despertar la capacidad de poder verlo, ... Y disfrutar de ello. Hay que despertar esa conciencia y aprender a mirar y vivir de otra manera. Pero si solo prestamos atención al trueno que sigue siempre al relámpago, nuestra experiencia será muy pobre y carente de todo progreso. En definitiva, la verdad podía consistir simplemente en comprender la naturaleza íntima de las cosas. Y ese proceso de comprensión, requería necesariamente un camino de interiorización espiritual, un estado, en el que quizás yo me encontraba ahora, y que no era, ni mucho menos, la meta, el final. Y aún así, en posteriores ocasiones, me preguntaba, si esa comprensión, ese conocimiento o ese despertar, era realmente tan valioso como yo lo sentía y entendía...
Me encontraba allí sentado, viendo, sintiendo el suave e incesante discurrir de la vida a mi alrededor. Las hormigas que caminaban junto a mi pie, tenían el mismo valor que yo mismo; mi racionalidad no me hacía ser superior en nada. No eran ni más importantes, ni menos. Formaban parte de la vida, de la existencia. Eran la vida misma, igual que yo. Me veía como una parte infinitesimal del universo, pero ahí estaba. Y al mismo tiempo, yo mismo era todo el universo. Mi existencia era importante para el mundo, igual que el mundo lo era para mí. Ambas cosas eran en realidad una sola cosa. La unidad, la armonía entre todas las cosas, esa era la respuesta a mi pregunta sobre mi Yo absoluto.
Si supiéramos que esta tarde nos quedaremos ciegos,
Echaríamos una mirada nostálgica,
Una verdadera última mirada a cada brizna de hierba,
A cada formación de nubes, a cada mota de polvo,
A cada arco iris, a cada flor, a cada gota de lluvia, ... A todo.
La pregunta del porqué y para qué, dejó de ser relevante desde ese mismo momento. Me había liberado momentáneamente de ese deseo, por otro lado natural, de querer saber acerca de la razón de las cosas. Era como cuando pelas una cebolla; quitas una capa tras otra, y al final del todo, no hay nada. El centro de la cebolla es la “no-cebolla”. Y sin embargo, solo puede existir, si existe su envoltura, la cebolla. Nuestra naturaleza íntima es igual, hay que quitarle cosas, hasta que no quede nada al final. Hay que pelar el “Yo”, hasta que no quede nada, hasta que solo exista el “No-Yo”. Esa ‘nada’ será la verdad....
Poco a poco fue floreciendo, madurando la idea de que, lo que constituía finalmente el objetivo de mi búsqueda, no era otra cosa que la disponibilidad del alma, de la conciencia. Una capacidad, un arte secreto que me permitía comprender en cualquier momento, en medio de la vorágine de la vida, la idea de la unidad, de la armonía.
Estaba tan absorto en mis pensamientos, que apenas me percaté de la presencia de mi pequeña amiga, la ardilla, que había regresado junto a mí. Era sin duda alguna la misma, salvo que en esta ocasión portaba algo en su boca. Era una nuez. Se acercó aún más a mi, hasta quedar al alcance de mi mano. Traté de establecer una comunicación con el animal, porque estaba seguro que me entendía. Y para ello no necesitaba palabras. Para mi sorpresa, la pequeña ardilla dejó caer la nuez que llevaba, delante de mis pies, y se retiró algunos pasos. Pensé que se había asustado de mí al extender mi mano hacia ella, o que quería establecer algún tipo de juego conmigo. Permaneció durante unos instantes a la expectativa, observándome con sus vivos ojillos redondos, mientras se alzaba sobre sus patas traseras. Poco después, volvió a acercarse, emitiendo unos graciosos chirridos, y tomó de nuevo la nuez en su boca. Acto seguido se subió a mis pies y dejó caer el fruto en mi mano, aún extendida. ¡Me quedé helado!
Un intenso escalofrío recorrió toda mi espalda, y me llegó a lo más profundo de mi ser, estallando allí como un globo de millones de diminutas burbujas. La intensa felicidad y emoción que me inundó el alma, el corazón y toda mi existencia, me hizo llorar. Pero lloraba de alegría. Este pequeño roedor me ofrecía un fruto, que seguramente había ido a recoger expresamente a algún lado. Este gesto era sin duda de ofrecimiento hacia mí. Acepté ese valioso obsequio con enorme gratitud, mientras con la mano acariciaba suavemente la cabeza de mi pequeña amiga. Creo, sin lugar a dudas, que este es el mejor regalo que jamás nadie me ha ofrecido. No necesito ni quiero comprender la razón de esto. Simplemente fue así. La pequeña ardilla se quedó un buen rato jugueteando por allí, e incluso se atrevió a subirse a mi hombro y cabeza. Luego se marchó igual que apareció. Fue una de las mejores experiencias de mi vida, por la que había valido la pena venir hasta aquí...
La naturaleza me había regalado este momento tan grande, tan lleno de significado y sabiduría. Tan inexplicable, a los ojos de los que no quieren ver, cegados por su propia esencia egoísta de supremacía. Fue un verdadero instante de felicidad, un reluciente y poderoso relámpago, con una intensidad inusitada, que iluminó por completo todos los rincones de mi ser. Había ‘despertado’ ....
La verdadera espiritualidad consiste también
en ser consciente del hecho de que,
Si una relación de interdependencia nos liga a cada cosa y a cada ser,
El menor de nuestros pensamientos, palabras o acciones
Tendrá repercusiones reales en el universo entero.
Me quedé allí, sentado, simplemente contemplando todo lo que me rodeaba, sin que mi mente racional interviniera de alguna forma. Los pensamientos comenzaron a acudir a mi de manera ordenada, tranquila y con una lucidez antes desconocida por mi. Empezaba a comprender la trayectoria que, muchos años atrás, me había llevado a emprender este viaje, y que finalmente me había conducido a Shaolin, y como consecuencia última, hacia mí mismo. De alguna manera, había sido un largo viaje, iniciado treinta años atrás, y que me había conducido hacia mi propio interior. Había llegado al final de una etapa de mi vida, y a partir de aquí, muchas cosas serían diferentes. Y no porque las cosas hubiesen cambiado, no. Fuera de mi, todo seguía igual. Era mi manera de verlo, lo que había cambiado. No era ni mucho menos mi meta lo que había alcanzado. Hacía tiempo que había prescindido el alcanzar horizonte alguno. Y el camino no había sido fácil; todo lo contrario. Han sido necesarios muchos momentos de frustración, sufrimiento y dolor, para llegar hasta aquí. Y Shaolin, el Kung-fu, el Taiji, las experiencias, mis Maestros, amigos, familiares y alumnos, y hasta yo mismo, habíamos sido meros vehículos de aprendizaje, sin los cuales, no existiría este preciso momento de liberación.
Llegué a la conclusión, de que no existen los Maestros, tal y como los entendemos en occidente, sino que somos nosotros mismos, los que con nuestra capacidad de comprensión y asimilación les damos forma existencial. El Maestro solo existe para sí mismo, y para los que son capaces de aprender de él, sin que este enseñe nada.
Sin duda habían transcurrido algunas horas desde que me senté en este plácido rincón del pequeño templo. Un punzante dolor en mi rodilla lesionada, me devolvió a un estado de conciencia más ‘terrenal’. Y fue en ese momento, cuando me di cuenta de que ya no estaba solo, aunque en esta ocasión no se trataba de mi pequeña amiga, la ardilla. Había un anciano monje arreglando algo en un pequeño huerto de uno de los patios. Su indumentaria no dejaba lugar a dudas, era un monje. No podría precisar el tiempo que llevaba ahí, trabajando en la tierra, pues parecía no emitir sonido alguno. En cualquier caso no me había molestado en absoluto. Decidí levantarme y presentar mis respetos. Cuando me vio ponerme de pie y dirigirme hacia él, me saludó con el gesto de su mano. Me acerqué a él y le saludé con el tradicional gesto budista, a lo que sin sorprenderse lo más mínimo, respondió de igual manera. Presentándome con mi nombre chino, traté de entablar una conversación con el monje, y para mi propia sorpresa, no me fue muy complicado; las palabras parecían salir por si mismas, como si yo fuese en parte un mero oyente de lo que decía. Averigüé su nombre y ocupación, que no era otra que la de cuidar del lugar en el que vivía desde hacía más de veinticinco años. A pesar de que parecíamos entendernos perfectamente, o al menos con cierta fluidez, eché de menos a Yan, para que me tradujera algunas cosas de las que me decía.
Intuía que este anciano poseía mucha información sobre Shaolin y este lugar, lo que me interesaba bastante. A pesar de la dificultad del idioma, parecía que, de alguna manera, existía una comunicación no verbal que nos permitía conectar y entendernos lo suficiente. Esta curiosa impresión ya la experimenté en una ocasión, mientras mantuve una profunda y distendida conversación con el gran Maestro Shaolin, Shi Xing Hong, durante un almuerzo, con motivo de su estancia en mi escuela para dirigir un curso.
El anciano monje con el que estaba hablando, se llamaba Shi Youn Shou, (no estoy del todo seguro) y vivía en este lugar desde hacía 25 años. Se encargaba de cuidar el pequeño templo, sus jardines y el pequeño huerto. Es lo que pude comprender de nuestra charla, siempre en un tono amable y distendido. Le hice comprender que yo practicaba Kung-fu Shaolin, y el me contestó que lo sabía. También él lo practicaba desde niño. Me hacía referencias a que ya nos había visto antes, cuando estuvimos aquí, hace una semana para hacer las fotos. Y yo también tenía la vaga impresión de haberle visto antes, pero no recordaba donde ni cuando...
Debía de tener unos setenta o setenta y cinco años, pero se le veía muy fuerte. Su rostro, curtido por el sol, dejaba ver las arrugas del tiempo, pero aun así, parecía emitir una extraña y reconfortante paz y tranquilidad. Sus ojos brillaban con la serenidad de una profunda sabiduría. En cierto momento, me comentó que si yo era monje Shaolin, una pregunta que no lograba entender del todo. Él insistía, hasta que me di cuenta que no me lo preguntaba; ¡Lo estaba afirmando!....creía que yo era un monje! Repetía varias veces la palabra “foo”, que significa Buda en chino, mientras me señalaba. Me reí, y le traté de hacer comprender que no. Pero él me indicaba, señalándome el pecho, que lo era ‘dentro’, en el corazón. No lograba entenderlo del todo, o más bien, no quería entenderlo del todo. Yo no era monje, ni mucho menos un Buda.... Aunque si he de ser sincero, esa afirmación tan insistente, me dio mucho que pensar.
Nuestra conversación llegó al tema Shaolin y el Kung-fu. Yo le comentaba que practicaba Kung-fu desde hacía casi 30 años, pero que ahora estaba lesionado. Aún así, le esbocé ligeramente movimientos de algunas de las formas más importantes de Shaolin, que reconoció al instante. No sabría decir quien mostraba más entusiasmo de los dos, pero el hombre, en un momento dado, me realizó dos formas, que me dejaron con la boca abierta. Aunque sus movimientos ya no tenían la agilidad de la juventud, eran poderosos y muy precisos. Se notaba que eran formas antiguas, que desarrollaban el trabajo interior de manera claramente visible. Ya quisiéramos muchos de nosotros trabajar a ese nivel, teniendo en cuenta la edad de este hombre. Aun así, se mostraba en todo momento humilde, queriendo compartir, que no mostrar sus conocimientos. En nuestro país sería un auténtico fenómeno, un Maestro de Maestros, pero seguro que no sería feliz. Aquí debía tener todo lo que necesitaba para vivir en paz. Me di cuenta la de cosas superfluas que tenemos en nuestra sociedad...
Yo estaba entusiasmado con la amabilidad y los conocimientos de este anciano monje, y de buena gana me hubiese quedado allí horas, días enteros escuchándole. Aprendí muchas cosas de este verdadero Maestro. Pero el día estaba tocando su ocaso, y muy a pesar mío, tenía que regresar a Dengfeng, así que nos despedimos, a pesar de todo, de muy buen agrado, sabiendo que el tiempo había sido aprovechado plenamente. No sentía tristeza, ni nada parecido, a pesar de que, como ya dije antes, me hubiese gustado quedarme aquí. Al contrario, en mi corazón llevaba un equipaje de alegría, de conocimiento y serenidad de espíritu. Dije adiós a mi pequeña amiga, la ardillita, que aunque no estaba a la vista, intuía que me estaba observando desde algún lugar. Mi profundo agradecimiento también iba para ella. Conmigo, en algún rincón de mi corazón, llevaba una pequeña parte de este lugar, que me había llenado tanto. Pero también sabía que algo de mi, se quedaba para siempre en este pequeño refugio de mi alma, donde me había desprendido de parte de mi mismo. Quizás esa parte desde siempre perteneció a este lugar, a esta tierra....
Cada etapa es un avance considerable hacia la plenitud
Y la satisfacción profunda.
Todo viaje espiritual es como ir de valle en valle:
La travesía de cada uno de sus pasos
Nos revela un paisaje aún más esplendoroso que el anterior.
De alguna manera, había comenzado otra nueva etapa de mi vida. Eso significaba que tendría que vivir un tiempo de re-adaptación, hasta que aprendiera a encajar mis pensamientos y sentimientos con mi habitual entorno social. No era fácil adaptar mi forma de pensar, a la sociedad occidental en la que habitualmente me desenvolvía. Estaba por ver como afectaría todo esto en mi posterior relación con los demás. Con Toñi, mi querida compañera no había problema alguno, pues ella compartía en gran parte mis pensamientos. Era, de alguna forma, mi alma gemela. Pero con todos los demás, ya era otra cosa ....
Comprender el mecanismo del devenir de las cosas de la vida, es una cosa, pero llevarlas a la práctica, es otra bien diferente, y bastante más complicada. El vivir día a día, con plena conciencia, se convertía en mi camino espiritual, en mi acercamiento a Buda, a mi mismo. Ese era el trabajo por realizar de aquí en adelante. Nada había cambiado, ... Pero todo era distinto.
Sabía que, nada de lo sucedido aquí, en este pequeño templo, me lo iba a poder llevar de alguna manera, que no fuese como una extraordinaria experiencia. Había sido como un chasquido de los dedos, ¡Zás!... Se produjo en un instante, y luego .... Nada, el silencio, otra cosa, otro chasquido, un recuerdo. Y así eran las cosas. Así es la vida. Así es el río....
La experiencia de la realidad, del despertar o de lo divino,
No es auténtica más que en la medida en que ilumina cada instante.
Shi Yan Jia - China 2001
Felicidad (1)
Extracto de una entrevista publicada en la revista "Salud" en el año 2001. - (1ª parte)
- ¿Qué es para ti la felicidad?...
R – La felicidad es para mi, un concepto, la consecuencia última de nuestros actos, sean estos correctos o no, y al mismo tiempo, un estado mental que te permite servir de vehículo para tratar de comprender mejor tu vida. La felicidad, es en verdad un Arte, una manera de vivir. Es en realidad, la meta que todos, conscientemente o no, buscamos y ansiamos conseguir, y cuyo fracaso en la búsqueda nos conduce al polo opuesto, la infelicidad. Ésta última es solo la consecuencia de una errónea comprensión de la primera.
Y quizás, una manera de no encontrarla es precisamente cuando nos planteamos metas, es decir, alcanzarlas. Debemos entender que no existe ninguna meta, sino que son etapas continuas, que siempre tienen tramos por recorrer. Una realidad es que la ‘meta’ (por definirlo de alguna manera) está en la propia búsqueda, y no en encontrar nada. hay una frase que dice: "Al final del camino, siempre hay otro camino".
Un símil sería como el tratar de alcanzar el horizonte; Este siempre estará al alcance de nuestra vista, pero nunca podremos “llegar” a él, por mucho que caminemos en su dirección. El horizonte simplemente está en nuestros ojos, en nuestra mente. Es una idea abstracta.
La felicidad permanente e inmutable no existe (excepto para aquellos que han alcanzado la iluminación); Es solo una ilusión más de nuestra mente. La felicidad es efímera y momentánea, - ¡zas! - como un chasquido de los dedos, como una pompa de jabón. Esta existe solo en ese preciso instante.... y es en ese instante, cuando podemos disfrutar de ella,.... y cuando se desvanece en el aire, deja de tener importancia, deja de tener razón de ser. Se ha convertido en un recuerdo; algo con lo que mucha gente vive, sin comprender que están muertos, que carecen por lo tanto, de posibilidad de cambiar algo en el presente. Es decir, que no tienen consecuencias en nuestra evolución. Los recuerdos nos atan al pasado, que es un tiempo muerto, y por lo tanto no existe. Son nuestros pensamientos acerca de los recuerdos, los que funcionan, están vivos, porque existen ahora, en nuestro presente. Hay mucha gente que vive con los recuerdos, mientras piensan en el futuro; así se olvidan de vivir en plena conciencia el ahora, el presente.
"Quizás entendería que una forma de felicidad es ser consciente, tomar conciencia de nuestro ser y nuestras circunstancias."
Es como aquella persona que mira una foto y pretende que las cosas en esa imagen se muevan, que tengan vida.
Un niño es feliz con su juguete nuevo, hasta que de pronto, pierde todo el interés por el. Si estuviese jugando con él 24 horas seguidas, se cansaría rápidamente. Con los adultos sucede lo mismo; no podemos estar constantemente de júbilo, felices y radiantes. Acabaríamos agotados en muy poco tiempo. Esto es así, porque en el fondo, todo esto nos llega desde el plano emocional, que está en constante cambio.
No puedes ser cada vez más feliz, puesto que la felicidad no se puede acumular. Sería como pretender acumular tiempo... Debemos aprender a saber disfrutar de esos momentos, sin tratar de etiquetarlos, retenerlos, comprarlos o venderlos. Es lo que muchos denominan como “vivir el momento”, sin comprender realmente la dimensión de este concepto. Comprender esto, es la clave que te lleva a ver por primera vez, lo que siempre has estado mirando. Nada cambia, solo tu forma de verlo todo....
Ni tan siquiera se puede evaluar el grado de felicidad que tiene cada uno. Eso es imposible. (te imaginas alguien que te diga: “tengo 7,2 grados de felicidad”... ridículo, ¿no?)
De ahí que, muchas veces preguntar –“¿Eres feliz?” , es un poco absurdo, pues creo sinceramente que la respuesta no la conocemos muy bien.
Muchos buscan la felicidad de forma equivocada, exclusivamente en lo material, cuando en realidad solo se trata de comprender. No eres más feliz porque tienes más cosas; Solo tienes ..... más cosas. La ilusión de esa falsa felicidad te lleva al deterioro de tu alma, y cada vez, necesitas más y más cosas materiales. Acumulas cosas, no felicidad. Estás cada vez más atado a las cosas. Adherimos nuestros sentimientos, nuestras emociones y nuestros valores a las cosas materiales; las adherimos como etiquetas, .... y cuando esas cosas se deterioran, rompen o desaparecen, desaparece también un poco de nosotros con ellas. Y las queremos reemplazar inmediatamente por otras, para llenar ese vacío, ese hueco. Y eso nos afecta de sobremanera. Es la ley de la causa – efecto del budismo.
Con el apego a lo material sucede lo siguiente; muchas veces ansiamos tener un determinado objeto (pongamos un florero). Nuestros pensamientos giran en torno a la manera de poder obtenerlo. Si nos cuesta conseguirlo, incluso nos genera ansiedad. De pronto, conseguimos el dinero suficiente para poder comprarlo, y nuestra ‘felicidad’ es enorme! Lo adquirimos y lo colocamos en una bonita vitrina... ya está! Al cabo de un corto lapso de tiempo, ya hemos perdido el interés por el objeto. No sentimos nada cuando lo miramos (porque ya es ‘nuestro’, como si formara parte de nosotros) y se ha convertido en algo que ocupa un espacio. Nada más. Lo que realmente nos satisface es el hecho de ‘poder’ tenerlo, no el tenerlo. Por lo tanto, no es el objeto en sí lo que deseamos, sino la sensación que nos produce todo lo relacionado con él, es decir, desearlo, comprarlo, sentirnos dueños de él, etc.
Si ese objeto, por alguna circunstancia se rompe, de pronto nos sentiremos afligidos y nos dolerá su perdida.
Quizás, la felicidad pueda llegar si te desprendes de muchas de estas cosas materiales. Quizás deberíamos aprender a contentarnos con lo que tenemos... Definitivamente, hay que desprenderse del deseo.
Y este mismo parámetro se puede aplicar al plano de los sentimientos y emociones, porque en definitiva, todo es la misma cosa.
Deseamos tener, poseer a una persona. Nos enamoramos perdidamente, a veces sin ni siquiera ser correspondidos. Todo de esa persona nos parece maravilloso al principio, y carecemos absolutamente de la capacidad de ver sus aspectos negativos. Solo queremos ser parte de su existencia y el/ella, de la nuestra. Pero he ahí, que al poco de haber conseguido ese amor, y cuando la pasión ha de dejar paso a otras emociones y sentimientos, empezamos a perder interés. Total, ya hemos conseguido lo que buscábamos en el fondo. ¿No es esto una forma de demostrar que lo que realmente queremos y deseamos no es otra cosa que la sensación que nos produce amar, y no la otra persona en si?...
(continuará)