sábado, 3 de diciembre de 2011

La percepción de la realidad

Es cierto que nuestros pensamientos crean y conforman nuestro mundo, nuestra realidad ilusoria. Esto esta demostrado científicamente a nivel molecular. Nuestros estados de ánimo y nuestro carácter forman el proyector de esa realidad, de ese mundo de los fenómenos en el que luego nos desenvolvemos.

Proyectamos nuestra realidad en base a la información que tenemos de las percepciones e interpretaciones de nuestros seis sentidos. Y esas percepciones son meras interpretaciones de la realidad circundante, surgidas desde nuestra forma de ver las cosas en la dualidad.

El conflicto surge cuando pretendemos traer a nuestra realidad a los demás. Cuando pretendemos que los demás vivan en nuestro mundo, creado por nosotros, proyectado por nuestra mente, por nuestra manera de ser. Pero, ¿Qué ocurre cuando los demás no piensan igual que nosotros, y por lo tanto proyectan una realidad diferente a la nuestra? ¿Cómo encajamos entonces esas dos realidades?

Somos incapaces de comprender que nuestra realidad, aunque sea una creación nuestra, es ilusoria en el fondo. Porque el arquitecto de nuestro mundo, el que diseña los mapas de las emociones y los pensamientos, es nuestro ego. Y lo mismo sucede con las de los demás.

Esto me lleva a pensar que en realidad, a pesar de construir nuestra realidad, nunca lo hacemos con lo que realmente queremos que sea, sino con las influencias externas condicionadas, casi siempre por los medios de comunicación (sobre todo la TV). ¿Esto no significa, que en realidad, no somos nosotros los que dirigimos nuestras vidas? Mucho me temo que no…

Y somos incapaces de comprender que todo es impermanente en el fondo, que nada, ni siquiera nuestros pensamientos y carácter es para siempre. Pero pensamos que si lo es y esperamos, y hasta exigimos las mismas respuestas a preguntas distintas.

Nuestro cerebro es manifiestamente incapaz de comprender las fluctuaciones de las circunstancias, aferrándose a modelos de pensamiento aparentemente inamovibles. Se acomoda en una estructura bastante rígida y rechaza los cambios que vienen desde fuera, incluso los que nosotros mismos producimos. Esto produce una lucha interna, casi siempre inconsciente, para tratar de evolucionar en la vida, y no quedarse estancado en modelos de pensamiento estancos y obsoletos.

Pero nuestras acciones nos llevan incomprensiblemente a repetir hechos basados en nuestra memoria emocional y basada en los recuerdos de los sentidos, y nunca en la realidad cambiante.

Esto si lo llevamos a un espectro más amplio de la vida, nos lleva a comprender el fenómeno de las masas que son tan fácilmente manipulables por los poderes fácticos (que en el fondo son también personas con problemas igual que nosotros).

Comprender esto, es tomar el timón del barco de nuestra vida y dirigirlo en la dirección que nosotros queremos, y no dejar que las tempestades ocasionales y los vientos de las ilusiones condicionadas nos manipulen a su antojo. Para esto hace falta comprensión, visión clara y humildad, pues solo de ahí surgen chispas de felicidad.

Cuando hablamos de la realidad, ¿De qué realidad hablamos en el fondo? ¿Sabemos reconocer esto?... Nos movemos y respondemos siempre basándonos en nuestras interpretaciones de lo que percibimos, y ya sabemos que nuestros sentidos pueden ser fácilmente engañados y manipulados. Entonces, ¿esto significa que nuestras respuestas son siempre erróneas? Quizás no sea siempre así, pero si que es cierto que con ello producimos nuevas realidades distintas a las que en el fondo deberían ser, lo que nos causa incomodidad emocional.

Cuando una persona habla de un hecho, ocurrido en unas determinadas circunstancias, da por hecho que su percepción es la correcta y única posible, y reacciona en consecuencia a la interpretación que su mente hace de lo observado.

Así, el hecho en sí, pierde atisbos de realidad cuando es relatado a una tercera persona, que por supuesto desconoce las circunstancias de lo ocurrido. De esta manera la realidad y la verdad se van distorsionando hasta el punto de que ya nada se parece a la situación original.

Sin embargo, todo este proceso es ignorado por los individuos, que mantienen su versión condicionada frente a los demás, creando continuos conflictos, tanto de intereses como de comprensión de esa realidad. Porque seguiremos aferrándonos a las ideas surgidas de nuestra mente en base a las interpretaciones que hicimos de la situación.

La percepción de la realidad, incluso de la que nosotros mismos proyectamos, estará siempre condicionada por nuestra forma de ser.

Si somos ignorantes, proyectamos esa ignorancia en los demás, para poder señalarla. Para ello usamos toda clase de artimaña intelectual, con tal de no reconocer nuestra propia ignorancia.

Si mentimos, proyectamos esa mentira sobre los demás, para justificar nuestra verdad. No comprendemos – o no nos interesa comprender- que si alguien dice una mentira, no por ello es un mentiroso en todo lo que diga. Pero nos regodeamos con la idea de saber identificarlo como mentiroso.

Así creamos un mundo de las relaciones basado en ilusiones, en proyecciones mentales de nuestros propios deseos de cómo queremos que sean las cosas. Y eso nos aleja de la realidad de cómo son de verdad. Siempre estamos buscando las cosas que nos agradan, etiquetándolas como buenas, bonitas, agradables, etc., y no porque en sí posean esa cualidad, sino porque nosotros se la hemos adjudicado. Así pues, el mundo de los fenómenos se le adjudican tres cualidades básicas: es agradable, neutro o desagradable.

Este mundo de percepciones, sentimientos y decisiones pertenece al mundo material, a todo lo externo que se basa en los sentidos. A esto llamamos Kong en el budismo, un término que significa que toda la apariencia de los fenómenos es insustancial y carece de esencia ni de identidad propia.

¿Porqué el ser humano es sustancialmente incapaz de asimilar su incomprensión de cómo funciona la mente? ¿Por qué una y otra vez cae en el mismo error, en la misma conducta destructiva para él mismo y para los demás?

Porque llevamos miles de años insistiendo en cómo deben ser las cosas para que seamos más felices – meta de casi todos los seres vivos conscientes - , pero seguimos repitiendo la misma conducta destructiva y nociva.

¿Qué podemos hacer cuando personas ajenas a ti mismo, manipulan a su antojo la realidad de las circunstancias en las que tu te desenvuelves? Porque tu puedes adaptarte a la realidad que has creado en el mundo de los fenómenos, pero cuando te modifican esas circunstancias y te obligan a vivir en ellas, te sientes impotente, despojado de toda capacidad de crear amor e ilusión.

Un prisionero en una celda es capaz de crear un espacio de libertad en su mente, si, por supuesto, pero su cuerpo seguirá prisionero del mundo físico donde le han colocado contra su voluntad.

Un pobre padre de familia es capaz de crear ilusión en sus hijos, con sonrisas y mucho amor, pero no podrá llenar sus estómagos vacíos si no tienen para comer.

Cuando una persona percibe una circunstancia o un fenómeno del mundo material, lo hace siempre a través de sus seis sentidos (aunque básicamente perciba como reales solo cinco). Esto produce una reacción, también en el mundo fenoménico que conduce a nuestras interrelaciones, a nuestras comunicaciones. Es el mundo en el que nos desenvolvemos. Y esa reacción es también la que nos conecta con nuestro mundo interior, de donde surgirán siempre nuevas reacciones a esas percepciones.

Cuando esos fenómenos –sobretodo los negativos- se repiten en forma similar en el tiempo y espacio, los percibimos no ya a través de nuestros sentidos físicos, a lo que estamos habituados, sino que esa percepción surge de nuestros recuerdos.

Y en ese ámbito de los recuerdos no hay experimentación directa de los fenómenos, es decir, la herramienta que usábamos para interpretarlos no está en el presente, sino que echamos mano de los recuerdos que tenemos de ellos. Así, el recuerdo de un dolor sufrido, no es realmente doloroso a los sentidos físicos, y por lo tanto no influye o no puede influir de manera real y efectiva en nuestras reacciones.

Así repetimos una y otra vez las emociones y conductas destructivas, sin percibir que realmente reaccionamos sobre una proyección irreal en el tiempo y espacio del mundo de los fenómenos. De esta manera no estamos casi nunca en el aquí y ahora, en el momento presente, ni percibimos las cosas como realmente son.

Una flor no es nunca ni bella ni fea, es una flor. Una persona no es alta, gorda o mentirosa; es simplemente una persona. No ver a un perro como perro, sin adjudicarle adjetivos, es no verlo en absoluto. Así esta forma de percibir los fenómenos nos separa de su verdadera esencia y fortalece nuestro ego, nuestro sentido del Yo. Los adjetivos que le atribuimos como identidad propia, son ilusorios y en cualquier caso subjetivos.

Nadie es mala o buena persona, ni nada es bueno o malo en si, como forma de identificarlo. Esta manera de clasificar las personas o los fenómenos conduce a una visión dualista, que nos separa de la realidad y nos aleja de la idea de que todo somos parte de la misma cosa.

Cuando por ejemplo, tachamos alguien de mentiroso, no solo estamos percibiendo y proyectando una realidad falsa, sino que ponemos en marcha una reacción en cadena, pues esa persona dejará de tener interés en comunicarse con nosotros. Este hecho se repite millones de veces al cabo de cada momento en las comunicaciones de los humanos, lo que crea un océano de conflictos, todos interrelacionados.

Creamos así un mundo falso, desprovisto de humanidad y basado en lo material…

“Somos capaces de pintar el más hermoso de los árboles,

pero no lograremos jamás que ningún pájaro se pose en sus ramas…”

Nuestra identidad en el mundo de los fenómenos en el que nos relacionamos, esta determinada por dos factores: uno por nuestra propia percepción de lo que somos y el otro por la relación que los demás establecen con nosotros.

De alguna manera existimos en el mundo fenoménico a través de la percepción de los demás. A esto nos hemos acostumbrado desde muy temprana edad, de modo que constituye ya nuestra manera de pensar. Es el origen de la existencia del Yo.

Nos sentimos reconocidos por nosotros mismos a través de la respuesta a los fenómenos y a la relación con los semejantes. Cuando alguien nos aprecia, nos ama o le caemos bien, nos sentimos reconfortados. Cuando se nos odia, detesta o le caemos mal, nos sentimos mal, nos incomoda. En cualquiera de los casos, se ponen en marcha los mecanismos de las emociones que nos hacen sentir. La indiferencia no nos proporciona nada en lo que reflejarnos.

Esto me lleva a pensar en que, cuando alguien, con quien hemos tenido una estrecha relación sentimental, nos abandona, o nos echa de su lado, nos sentimos como que nos falta algo. Y es precisamente ese algo, esa idea de identidad de uno mismo, proporcionada por los demás la que nos falta.

De esta manera, estar demasiado apegado a una persona o situación emocional, cuando ésta nos falta, puede hacernos sentir muy vacíos. Podemos sentir que hemos perdido el sentido de la vida, pues vivíamos la misma a través de nuestra interrelación con los demás y los fenómenos.

Cuando esto nos falta, ¿Cómo o, a través de qué vivimos la vida?

El modelo económico mundial esta basado en premisas emocionales, que los poderosos que sustentan el poder real, manejan a su antojo. Trasladamos nuestros pensamientos, nuestra forma de pensar a nuestras acciones físicas y emocionales, de las cuáles depende nuestro entorno físico de los fenómenos.

Resumiendo un poco, los poderes fácticos (Goldman-Sachs, Bilderberg, Rockefeller, etc.) son los que manipulan los mercados económicos mundiales, prestando dinero a altos intereses a bancos y países, para luego crear conflictos y que esos préstamos no puedan ser devueltos. Así se hacen con inimaginables fortunas y poder absoluto, dominando países enteros, ya que controlan su economía.

Y estamos habituados a ver el mundo material (Kong) como lo realmente importante, obviando que todo ello está sustentado en realidad por todo lo no perceptible por nuestros sentidos, es decir, por nuestra mente y corazón.

La ignorancia de este hecho nos hace navegar por la vida en un barco dirigido por otros pocos, en una dirección que no nos gusta, y encima tenemos que pagar nosotros el barco, que no nos pertenece, bajo la amenaza de que si no te gusta y saltas al agua, te comerán los tiburones.

martes, 31 de marzo de 2009

pensamientos y reflexiones...

Sombras y LUCES


¿Cómo se permite la doble moral, basada siempre en conceptos religiosos y supuestamente éticos, que no deja morir a una chica* que lleva en coma profundo 18 años, y en cambio se alienta la ejecución por inyección letal de un reo?
* Una chica italiana que con 17 tuvo un accidente de coche y lleva 18 años en coma.

¿Qué diferencia hay entre la muerte de un ser y el otro?

¿Porqué matar o ejecutar –que para el caso es lo mismo- a un reo, tiene las bendiciones de estamentos religiosos y sociales, mientras que, ayudar a morir a una persona que sufre, no está bien visto?

¿Acaso la vida de un reo condenado a muerte tiene un valor diferente que la de una persona que, en un estado casi vegetativo, desea poner fin a su sufrimiento?

¿Porqué estas personas sí han de sufrir de una lenta y dolorosa agonía, mientras que a los condenados por crímenes se les acorta ese “sufrimiento”, liberándoles de la vida?

¿Quiénes somos nosotros, como seres humanos para disponer de las vidas de los demás? Para decidir sobre su derecho a morir o vivir…

¿Acaso somos los dueños, los propietarios o poseedores de sus vidas? ¿De donde surge ese supuesto derecho?...

¿Cómo puede alguien asistir a la ejecución de otro ser humano, como si de un espectáculo se tratase?... ¿Es acaso posible hacerlo sin sentir un profundo odio y desprecio de la vida ajena?

La vida humana no consiste solo en el sustento del cuerpo físico; si no hay consciencia, alma y mente, ¿eso es vida?... ¿Si esa mente, consciencia o alma no se puede manifestar, es eso vida?

No se puede ni debe tolerar la hipocresía y cinismo social de las instituciones religiosas, que pretenden imponer sus criterios morales a todos, sean creyentes o no. Imponer unas conductas éticas, que por otro lado son incoherentes y contradictorias con sus propias creencias de base.

¿Cómo se puede seguir alimentando y sosteniendo ideológicamente una sociedad que ha fracasado en su sistema capitalista?

Hemos creado durante décadas un sistema monstruoso, que ahora quiere seguir alimentándose cada vez más, a la vez que ha crecido. Y ya no podemos pararle sin que nos destruya a nosotros.

Hemos creado un “Frankenstein económico-materialista”…

Hay que “matar” al monstruo cuanto antes…

No habrá cambio social ni económico posible mientras cada persona no sea consciente de su implicación personal en el sistema creado.

La única manera de frenar este desastre social humanitario y económico mundial, es que cada uno empiece a gastar y consumir menos, reduciéndolo a la mitad.

La solución a la crisis, ¿Consiste en que todos nos compremos un coche nuevo?... ¿Qué gastemos más comprando cosas que no necesitamos?... ¿No es esta una manera más de seguir sosteniendo y alimentando un sistema que ha demostrado ser inviable?

martes, 26 de febrero de 2008

"El espejo del alma" en internet

Desde hace unas semanas, el programa "El espejo del alma" vuelve a estar disponible a través de internet. La dirección es la que sigue: http://www.rtvestepona.com/ , entrando ahí, pinchar sobre el icono de la radio y lo tendréis en directo.

Se emite todos los martes a las 22:00 hora local.

martes, 22 de enero de 2008

Budismo y la idea de Dios-Creador

Os dejo aqui una reflexión acerca de este controvertido tema

No es que el budismo niegue la teoría de un Dios-Creador, pero considera la hipótesis no sólo innecesaria, sino también incompatible con los hechos conocidos. Si para poder existir el mundo debió haber tenido un creador que lo antecediera, ¿cómo es que este mismo creador llegó a existir, y por medio de qué leyes estaba gobernada su naturaleza? Si tal ser fue capaz de existir sin un creador, la única razón para asumir su propia existencia es removida, porque el mundo mismo puede igualmente existir sin una causa que le anteceda. ¿Pudiera decirse entonces que el universo y el proceso de vida tuvieron algún comienzo, o estamos obligados a pensar en términos de comienzos sólo debido a las limitaciones de nuestra propia mente?

Un comienzo de cualquier hecho, es un evento que tiene que suceder en un punto específico del espacio y del tiempo. No puede ocurrir en el vacío sin tiempo porque las tres condiciones del tiempo -pasado, presente y futuro- que son necesarias para que suceda cualquier evento, no pueden darse en un estado sin tiempo. Para que cualquier evento suceda, debe existir el tiempo antes de que suceda (pasado); el tiempo en que sucede (presente) y el tiempo después de que sucede (futuro). Pero el tiempo es todo él un concepto relativo: deben existir eventos sucediéndose para hacer posible que el tiempo exista, y es sólo a través de ciertos eventos sucediéndose regularmente, tales como la rotación diaria de la tierra y los cambios de estaciones, como el tiempo puede ser conocido y medido.

El acontecer de eventos necesita de la existencia de cosas. Por cosas quiero decir objetos que ocupan espacio y que por sus movimientos entre sí marcan no sólo divisiones en el tiempo, sino también áreas medibles en el espacio.

Espacio y tiempo son entonces una unidad; un todo cualitativo con partes cuantitativas o relaciones. Podemos considerarlas por separado, pero no podemos adelantar ninguna declaración sobre una que no involucre en cierta manera a la otra. En una pincelada ésta es la base de la teoría de la relatividad. El conocimiento del espacio y del tiempo depende de la conciencia y de la posición sin ningún punto fijo de observación. El movimiento espacial y temporal es común tanto al observador como al objeto observado, de tal manera que lo que puede ser conocido no es una "cosa" sino simplemente una relación.

Cuando esto es comprendido se desprende que nunca pudo haber existido un comienzo –un origen que surge de la nada– del universo o del proceso de vida. Es cierto que el universo como lo conocemos se desarrolló de la materia dispersa de un universo previo, y cuando desaparezca, sus restos, a la manera de fuerzas activas, darán nacimiento, después de un tiempo, a otro universo en exactamente la misma forma. El proceso es cíclico y continuo. El complejo espacio-tiempo es curvo, y en una construcción curva de interrelaciones no puede haber un punto de origen o salida, de tal manera que en estas series de causas relacionadas es inútil buscar una Causa Primera.

Tenemos la tendencia a buscar primeras causas y las pensamos necesarias sólo porque nuestras mentes están condicionadas a la relatividad temporal y espacial; la mente, por su propia naturaleza, debe operar dentro del mecanismo del cual es ella misma una parte; sólo puede tratar con relaciones. Esta es la razón por la que se dice en textos budistas –"no es posible descubrir el origen de los fenómenos, y no se puede encontrar el origen de los seres obstruídos por la ignorancia y entrampados por el deseo ".

De la misma forma que un universo da origen a otro a través de la energía residual que continuamente se renueva a sí misma –eso es, por medio del principio de la indestructibilidad de la materia– en esta misma forma la vida de un ser da origen a otro ser que no es el mismo en identidad y que no implica un ser inmutable, permanente. Aquello que los une es llamado en el budismo "kamma", o actividad volitiva; la continuación del proceso causal es llamada "samsara", o los ciclos del renacimiento; la actualidad del renacimiento y de la existencia sin ningún principio permanente de identidad o ser es llamada "anatta".

Cuando se dice que los ciclos del mundo o períodos del mundo, conocidos en el budismo como kappas, son de una duración inmensurable, debe ser recordado que todos los conceptos de tiempo son relativos; los medimos desde nuestra propia posición. En un contexto espacial inmensurablemente más vasto, el contexto del tiempo se alarga correspondientemente, de tal manera que eventos que cubren millones de años con nuestros cálculos, pueden ser medibles en términos de segundos. El cerebro puede enredarse con el concepto de infinitas construcciones espaciales-temporales que encajan o se impregnan entre sí interminablemente en todas direcciones, pero no está totalmente fuera de las posibilidades de la imaginación humana.

Aparece con bastante frecuencia en el pensamiento budista; hay un número infinito (expresado convencionalmente como "diez mil", o "incalculable") de universos y treinta y un planos de existencia que tienen amplias diferencias en la medida del tiempo.

Lo que es impensable es un estado no-causal donde ni el espacio, ni el tiempo ni los eventos tienen existencia alguna. Esto tiene que ser comprendido por medio de la percepción directa, lo que significa deshacerse de las cadenas de la relatividad y de sus conceptos y procesos, y contactar dentro de uno mismo el "asankhata" o elemento incondicionado. La mente pensante, racional y discursiva, al agotar su exploración de los fenómenos y descubrir que todos ellos son impermanentes y carentes de realidad esencial, debe trascender este mecanismo, parar los impulsos generativos, y así producir la liberación final de todos los procesos. Esta liberación final es llamada Nirvana.

martes, 15 de enero de 2008

Otra vez más...

Vivimos en una época de nihilismo moral y un culto ciego a la tecnología, mezclados con el rechazo a la dimensión espiritual de la vida. Televisión, películas, informática, juegos de ordenador, internet, la llamada inteligencia artificial, modernas telecomunicaciones, etc..... he aquí los ‘dioses’ de nuestro tiempo.

Nuestros líderes están en la más absoluta ruina moral, simulando piedad y lástima, cuando son unos hipócritas sin escrúpulos ni vergüenza, y carecen del más mínimo sentido de la espiritualidad. Vivimos en una época en la que los profesores universitarios y los científicos, incluso algunos premios Nobel denigran la espiritualidad, se ríen de la religión y se arrodillan ante el altar de la ciencia y el materialismo ultra-moderno.

Pasamos por una etapa en la que no existe ni respeto, ni mucho menos disciplina, empezando por lo más básico que es la familia y el colegio. Estos se han convertido en un lugar de transición social obligada, perdiendo en gran parte, si no del todo, su labor docente, educativa en los valores éticos.

Las familias, o al menos la idea de familia se está desmoronando, dejando paso a una idea abstracta de la misma, en la que todo vale, con tal de encajar en una pretendida modernidad y un cambio evolutivo de la sociedad. Se nos vende la idea de que las familias monoparentales son algo normal, cuando ello contradice la más elemental ley de la naturaleza. ¿Dónde queda aquí el equilibrio educativo?

Vivimos tiempos de abandono de los templos, iglesias y sinagogas, donde muchos de los representantes de las religiones y creencias, se erigen a si mismos como salvadores del mundo, difundiendo sus ideas personales para crear odio, fanatismo y rencor.

Vivimos un tiempo donde el máximo referente de la televisión son los ‘reality-shows’, en los que unos personajes exponen, a cambio de dinero, sus más bajos instintos y entrañas, para ser devorados por un público vulgar, ávido de ver y disfrutar con los ‘males y desgracias ajenas’.

Presenciamos como se utiliza el derecho a la vida, con fines publicitarios y políticos, donde una mujer en estado vegetativo, se convierte en moneda de cambio y presión social, para ser utilizada según conveniencia política de unos o de otros.

“Cuando el sabio señala con el dedo a la luna,

lo único que ve el necio es el dedo”...

Una creencia religiosa, según mi criterio, no es una confirmación de la realidad, de nuestra realidad, o de la realidad colectiva de un grupo, sino que es un concepto que trasciende la comprensión del pensamiento humano. Es como un dedo apuntando la Luna. Lo que ocurre, es que muchas personas religiosas no ven más allá del estudio del dedo. Otras se dedican a chuparlo, venerarlo y mistificarlo...

Muchos lo usan para señalar con él a otros que miran en otra dirección, y para hacerles daño.

Otros lo usan para sacarse los ojos, como los fanáticos, a quienes la religión ha dejado ciegos.

Muy pocas personas con creencias religiosas, son lo bastante objetivas como para observar lo que el dedo está señalando. Y estas personas, que han superado la creencia, se las tacha de blasfemas, se las señala con el dedo....

Porque, vuestras creencias pueden ajustarse a vuestra mentalidad, pero ¿encajan realmente con los hechos cotidianos?

Porque, muchos se pasan la vida filosofando sobre sus creencias, religiosas o no, pero, de todo lo que dice, ¿cuánto encaja con sus propios actos?

De alguna manera, la religión, que no las creencias, son como los refugios de nuestra ignorancia. Son como profundos lagos en los que se sumergen las cosas que nuestra mente racional no puede entender. Y una vez sumergidas, desaparecen de nuestra vista; Nos creemos que el problema está resuelto y que lo hemos asimilado. Es un área, que no debemos comprender, pues es ‘dogma de fe’, y eso es inexplicable. Y esto es un gran error, pues siempre estaremos cegados por el reflejo en la superficie de ese lago, sin dejarnos ver lo que hay debajo.

Las celebraciones de año nuevo casi siempre llevan a la par unos deseos de profundos cambios en nuestra forma de vida. Nos hacemos firmes propósitos de cambios, que supuestamente van a producir una mejora en nuestra vida. Con mucho entusiasmo afrontamos esas fiestas, participando de ritos y creencias populares diversas.

Yo lo veo como el estreno de una nueva película. Antes se produce un gran interés por verla, y el marketing se encarga de ello. La gente habla de ella, se escriben muchos artículos en prensa y finalmente se produce el estreno (31 Diciembre). La película es fantástica y nos ha gustado mucho. Pero seguro que al cabo de varias semanas ya no tiene el menor interés.

Lo mismo sucede con los buenos propósitos de cada año; conforme pasan las semanas, vamos perdiendo el interés hasta que volvemos a nuestra rutina anterior. y todo sigue igual, una año más, y otro, y otro...

lunes, 7 de enero de 2008

Un cuento de navidad




Erase una vez, en una pequeña ciudad, una tienda de animales, en la que vivía un pequeño perrito, al que nadie había querido comprar hasta entonces, pues no era de raza.

Los dueños de la tienda se encariñaron con él, así que habían decidido que se quedara con ellos, y así, tal vez alguien quisiera comprarlo y llevárselo.

El pequeño perrito intentaba agradar a todos cuantos se paraban a mirar a través del cristal del escaparate, donde solía pasar la mayor parte del tiempo. Se volvía loco de alegría cuando veía que alguien entraba y se interesaba por él. Aunque esa alegría eran siempre nubes pasajeras, ya que parecía que finalmente nadie quería aceptarle y ser su amo, su amigo.
El tiempo pasaba y él se sentía cada vez más triste y desdichado...

Pero cierto día, se paró delante del escaparate un preciosa niña, y el perrito, al verla se sintió contentísimo. Algo le había llamado especialmente la atención en ella, y era su intensa mirada. La niña se quedó prendada y enamorada del gracioso perrito, por lo que se fue corriendo a su casa, a pedirles a sus padres que se lo compraran. Ante su insistencia y entusiasmo, estos fueron con la niña a la tienda, y aunque no les desagradó el animalito, argumentaron que ya no era un cachorrito, y que era un poco viejo para ser su mascota, así que, a pesar de los deseos de la niña, y la profunda desilusión del perrito, no se lo llevaron a casa con ellos.
Así, una vez más, se quedó nuevamente solo, y aunque sus dueños no lo trataban mal, ya que le daban de comer y un lugar para dormir, apenas jugaban con él, por lo que se sentía muy triste y desgraciado. Necesitaba el cariño de alguien y también alguien a quien querer y dar su amor. Pensaba mucho en la pequeña niña que vino a verle. En sus grandes ojos llenos de alegría.

El perrito se pasaba el día tendido en un rincón del escaparate de la tienda, mirando melancólicamente a la calle, con la esperanza de poder volver a verla. Pero los días pasaban, y ella no volvió a aparecer...

Pero para su enorme sorpresa, algunas semanas después, la niña volvió a la tienda, a escondidas de sus padres. Sin que los dueños de la tienda se dieran cuenta, le dio unas galletitas.
El perrito iba a volverse loco de alegría, ladrando y moviendo la cola, dando unos graciosos saltos y brincos.
- “No por favor, no ladres, que tus amos se van a dar cuenta”, le dijo la niña, indicándole que se estuviera quieto y callado. – “Si me ven, lo mismo no me dejarán jugar más contigo”, le susurraba al perrito mientras le acariciaba.

A partir de entonces, se hicieron grandes amigos, y cada vez que la niña podía, iba a verle a la tienda, donde seguía en el escaparate o bien sujeto a una correa, sin poder salir a la calle, algo que deseaba con todas sus fuerzas, sobretodo cuando la niña se marchaba y él se quedaba solo.
Lo pasaban muy bien juntos, pero cada vez que se separaban, ambos se sentían tristes, pero albergaban la esperanza de que algún día el perrito se escapara de la tienda, y así poder estar juntos.

Sin que nadie se percatase, el perrito, poco a poco, día a día, fue aflojando los pernos de la base donde ataban su cadena. Albergaba la idea de poder escaparse algún día y poder correr hasta su amiguita para estar juntos. Esa ilusión hacía que se sintiera un poco más vivo.

Pero cierto día de verano, cuando la niña vino a verle, la notó algo extraño, distinto. Su instinto le decía que pasaba algo, pero no lo entendía. Se sentía algo confuso. La niña le dijo que había encontrado otro perro, y que sus padres lo habían aceptado en su casa, pero que no obstante, ella solo le quería a él, y que por nada del mundo lo cambiaría por el otro, ni le iba a abandonar. Siempre estaría esperándole y no importaba lo que tardase.

Ese día, el pequeño perrito se sintió extrañamente triste, pues su instinto le indicaba que algo se estaba rompiendo entre los dos, que ella se estaba alejando. No se lo ocultó a la niña, y se lo dijo cuando esta volvió a verle, pero ella le tranquilizó, diciéndole que ella solo le daba de comer al otro perro, pero que no le gustaba mucho ni le quería como le quería a él.
Desde ese día, el perrito hizo todo lo posible por romper la cadena que lo sujetaba, con lo que se ganó varias reprimendas y golpes de sus amos. Cada vez que la niña venía a verle, intentaba estar especialmente cariñoso con ella, y procuraba hacerla saber, que muy pronto conseguiría escaparse, y podría estar al fin junto a ella.

Presentía algo extraño, que le inquietaba, que le robaba el tiempo, pues aunque su amiguita seguía viniendo a verle y jugaba con él, cada vez eran menos las veces, y menos el tiempo que pasaba con él. Empezó a poner excusas de que no tenía tiempo o que los padres la regañaban.


Cierta tarde, estando el perrito como siempre mirando a la calle a través del escaparate de la tienda, vio con tristeza y cierta frustración, como la niña pasaba por la acera de enfrente paseando alegremente a otro perro. Se sintió verdaderamente desolado y no sabía que hacer. Arañó el cristal con todas sus fuerzas, y gimiendo y ladrando, trató de llamar la atención de su amiga. Sus aullidos no sirvieron de nada, salvo para que el dueño se enfadara con él y le diera un par de patadas. La niña, sin mirar para la tienda, dobló una esquina y desapareció de su vista. El pobre perrito no entendía nada...

Esa noche, le invadió una gran pena y sintió que no quería seguir viviendo. Se quedó muy triste, mientras unas ardientes lágrimas le brotaban de sus grandes ojos. Unos ojos que en otros momentos reflejaban tanta alegría y amor. Se sintió roto...

Lloró desconsoladamente toda la noche. En los días siguientes se negaba a comer lo que sus amos e ponían. Sus tristeza conmovió incluso a sus amos, aunque estos no llegaban a comprender el porqué de su estado de ánimo.

Pasaron varias semanas, hasta que un día, la niña volvió a presentarse en la tienda. Quería volver a jugar con el perrito, pero éste, estaba apagado y triste. La niña, extrañada le preguntó que le pasaba. Él le contó que la había visto una noche con el otro perro, y que no comprendía porque lo había ignorado. Le dijo como de mal se había sentido, aunque omitió que había llorado mucho por ella.

- “lo siento mucho, y lo comprendo...” – le dijo la niña, -“ pero piensa que yo también me siento desgraciada al no poder jugar contigo todo el día. A mi también me gustaría que estuvieras en mi casa, conmigo”. Le dijo que también le dolía ver como él jugaba con sus amos, cuando éstos le sacaba alguna vez a la calle, cuando le hubiese gustado hacerlo ella en su lugar. Además, sus padres no la permitían tenerle a él en su casa, y más aún teniendo ahora otro perro, de raza extranjera y más joven que él y que les hacía compañía.

Pero de cualquier forma, la niña de dio a entender, que le quería solo a él, repitiéndole que siempre le estaría esperando con ilusión. Al oír todo esto, el perrito recuperó un poco de su esperanza y volvió a brillar en sus ojos la luz de la felicidad. Movía su cola y lamía la mano y cara de su amiguita, mostrándole así su afecto y amor.

La niña se marchó ese día y pasó el tiempo. No volvió a saber nada más de ella, que al parecer, se había olvidado por completo de su amiguito.

Se acercaba ya el frío invierno, y la niña siguió sin dar señales, por lo que el perrito, desesperado por no tener noticias suyas, logró, tras un enorme esfuerzo, romper sus cadenas. En el intento se produjo varias heridas profundas en el hocico y cuello. Aprovechando la oscuridad de la noche, logró huir de la tienda, emprendiendo la búsqueda de su amiguita.

Ahora se sentía el perro más feliz del mundo, pues muy pronto iba a dar con su amiguita y se quedaría con ella, su verdadera dueña. Al menos la dueña de su pequeño corazón. Y si los padres de ella no le aceptaban en un principio, él ya sabría que hacer para ganarse su cariño y confianza. Estaba seguro que, cuando le conocieran de verdad, también le brindarían su cariño y amor. Sabría ganarse su simpatía y confianza.

Hacía mucho frío esa noche y había comenzado a nevar. Los primeros copos de nieve cubrían ya las calles, los árboles y tejados de las casas, pintándolo todo de un extraño manto blanco. Las chimeneas, encaramadas en lo alto de los tejados, dejaban libres blancas estelas de humo y olía a leña quemada en los hogares.

El perrito vagó por las calles durante muchas horas, y el frío y el hambre comenzaron a hacer mella en su inicial entusiasmo. Pero no se iba a dar por vencido. No sabía muy bien por donde buscar a su amiguita, pero tenía plena confianza en que la encontraría pronto... Esquivó un par de veces el coche de la perrera, y estuvo a punto de ser atropellado por un coche, pero siguió adelante, ajeno al desaliento.

Así llevaba ya varios días caminando sin rumbo, y esa noche las patas ya le dolían mucho y habían comenzado a sangrar debido al frío y al cortante hielo de la calzada. También las heridas del cuello tenían mal aspecto. Tenía fiebre y caminaba ya muy cansado y despacio, con dificultad, pero no podía parar.

Una joven muchacha, al verle, le llamó y él acudió caminando lentamente. La chica, viendo su lamentable aspecto, todo sucio y demacrado, le ofreció algo que comer, que aceptó agradecido, pues el hambre apenas le permitía tenerse ya en pie. Se dejó acariciar el lomo y las orejas, ya que un poco de calor humano no le venía mal. La chica le invitó a que la siguiera, pero él, mirándola fijamente un momento, se volvió y se alejó lentamente de ella. Se sentía agradecido, pero debía seguir su búsqueda. A pesar del dolor, siguió su camino, casi arrastrándose por las oscuras calles de la ciudad, tratando de encontrar un rastro que le llevara finalmente hasta su amiguita querida.

Al cabo de errar por muchas calles y caminos, creyó percibir un olor que le era extrañamente conocido. Provenía de una bonita casa, y que a través de una de sus ventanas se podía observar a una familia alrededor de un fastuoso y brillante árbol de navidad. Y una de esas personas era la niña, su amiguita del alma...

A pesar de sus heridas, el perrito aceleró como pudo sus pasos, igual que se había acelerado su corazón al verla a ella. Se dirigió a la puerta de la casa, y comenzó a arañarla y a ladrar, moviendo al mismo tiempo la cola con gran excitación. Trataba de llamar la atención de la niña. Nadie pareció haberle oído, pero al rato de insistir, se abrió la puerta y apreció una señora que, al verle, hizo unos gestos de desagrado, y tras dirigirle algunas sucias palabras, le dio una patada que le lanzó a la acera, cerrando luego la puerta.

El perrito gimió de dolor, levantándose con las pocas fuerzas que aún le quedaban. A pesar de todo, no se desanimó, y penosamente se arrastró como pudo hacia una de las grandes ventanas, y tras un gran esfuerzo, se asomó a ella. Lo justo para poder mirar hacia dentro... Cuando lo logró, y por fin pudo ver más de cerca a su querida amiguita a través del cristal de la ventana, su pequeño y fatigado corazón pareció quebrarse y su frágil alma se hundió en la más oscura tristeza...

Permaneció así un buen rato, asomado a la ventana y gimiendo, mientras observaba a su amiguita jugar alegremente con el otro perro, que se revolcaba sobre la espaciosa y cálida alfombra al pie de la chimenea. Mientras, los padres de la niña, reían todas las gracias el perro hacía.

Dos grandes lágrimas surgieron de los negros ojos del perrito, que le corrieron por la cara, como dos ardientes regueros de fuego. Gimió lastimosamente, y comprendió que todo lo que había luchado y sufrido por ella, había sido en vano. El le había entregado todo su cariño y amor, de forma incondicional, y ahora que estaba libre, y cuando más la necesitaba, ella le abandonaba...

Lentamente se volvió sobre sus pasos, y con la mirada triste y vacía, como su corazón roto, se dirigió a la calle, mientras que de sus ojos seguían brotando las lágrimas.

Ya no le importaba el frío, ni la nieve ni el dolor de sus heridas. Ya nada le importaba. Con el rabo abatido, se dirigió lentamente hacia la oscura carretera. No vio las luces, ni oyó el rugir del motor del camión que se acercaba... o quizás, ya no quiso oírlo.

En la oscura y fría noche, se escuchó un último, estremecedor y angustioso gemido.
La sangre caliente manchó la inmaculada nieve, mientras un profundo y triste suspiro se mezcló en el silencio...

Sus últimos pensamientos fueron para ella, aunque ella nunca lo sabría....

Luego,... solo el blanco y frío silencio de la noche eterna...

Budismo - Los cinco preceptos

Con acciones bondadosas, purifico mi cuerpo.
Me comprometo a no tomar la vida de nadie.
Con generosidad sin limite, purifico mi cuerpo.
Me comprometo a no tomar lo que no me pertenece.
Con tranquilidad, sencillez y contento, purifico mi cuerpo.
Me comprometo a no tener una conducta sexual dañina.
Con comunicación veraz, purifico mi habla.
Me comprometo a no decir mentiras.
Con conciencia clara y lúcida, purifico mi mente.
Me comprometo a no consumir sustancias intoxicantes.

No son reglas. Adoptamos los preceptos con el fin de instruirnos; hacemos todo lo posible para conseguir entender que el ir en contra de ellos conduce a la infelicidad y al sufrimiento, tanto nuestro como de otros. Son para ayudarnos.
Un ejemplo de práctica: Durante un día trata por todos los medios posibles de cumplir los cinco preceptos de forma estricta.