Es cierto que nuestros pensamientos crean y conforman nuestro mundo, nuestra realidad ilusoria. Esto esta demostrado científicamente a nivel molecular. Nuestros estados de ánimo y nuestro carácter forman el proyector de esa realidad, de ese mundo de los fenómenos en el que luego nos desenvolvemos.
Proyectamos nuestra realidad en base a la información que tenemos de las percepciones e interpretaciones de nuestros seis sentidos. Y esas percepciones son meras interpretaciones de la realidad circundante, surgidas desde nuestra forma de ver las cosas en la dualidad.
El conflicto surge cuando pretendemos traer a nuestra realidad a los demás. Cuando pretendemos que los demás vivan en nuestro mundo, creado por nosotros, proyectado por nuestra mente, por nuestra manera de ser. Pero, ¿Qué ocurre cuando los demás no piensan igual que nosotros, y por lo tanto proyectan una realidad diferente a la nuestra? ¿Cómo encajamos entonces esas dos realidades?
Somos incapaces de comprender que nuestra realidad, aunque sea una creación nuestra, es ilusoria en el fondo. Porque el arquitecto de nuestro mundo, el que diseña los mapas de las emociones y los pensamientos, es nuestro ego. Y lo mismo sucede con las de los demás.
Esto me lleva a pensar que en realidad, a pesar de construir nuestra realidad, nunca lo hacemos con lo que realmente queremos que sea, sino con las influencias externas condicionadas, casi siempre por los medios de comunicación (sobre todo la TV). ¿Esto no significa, que en realidad, no somos nosotros los que dirigimos nuestras vidas? Mucho me temo que no…
Y somos incapaces de comprender que todo es impermanente en el fondo, que nada, ni siquiera nuestros pensamientos y carácter es para siempre. Pero pensamos que si lo es y esperamos, y hasta exigimos las mismas respuestas a preguntas distintas.
Nuestro cerebro es manifiestamente incapaz de comprender las fluctuaciones de las circunstancias, aferrándose a modelos de pensamiento aparentemente inamovibles. Se acomoda en una estructura bastante rígida y rechaza los cambios que vienen desde fuera, incluso los que nosotros mismos producimos. Esto produce una lucha interna, casi siempre inconsciente, para tratar de evolucionar en la vida, y no quedarse estancado en modelos de pensamiento estancos y obsoletos.
Pero nuestras acciones nos llevan incomprensiblemente a repetir hechos basados en nuestra memoria emocional y basada en los recuerdos de los sentidos, y nunca en la realidad cambiante.
Esto si lo llevamos a un espectro más amplio de la vida, nos lleva a comprender el fenómeno de las masas que son tan fácilmente manipulables por los poderes fácticos (que en el fondo son también personas con problemas igual que nosotros).
Comprender esto, es tomar el timón del barco de nuestra vida y dirigirlo en la dirección que nosotros queremos, y no dejar que las tempestades ocasionales y los vientos de las ilusiones condicionadas nos manipulen a su antojo. Para esto hace falta comprensión, visión clara y humildad, pues solo de ahí surgen chispas de felicidad.
Cuando hablamos de la realidad, ¿De qué realidad hablamos en el fondo? ¿Sabemos reconocer esto?... Nos movemos y respondemos siempre basándonos en nuestras interpretaciones de lo que percibimos, y ya sabemos que nuestros sentidos pueden ser fácilmente engañados y manipulados. Entonces, ¿esto significa que nuestras respuestas son siempre erróneas? Quizás no sea siempre así, pero si que es cierto que con ello producimos nuevas realidades distintas a las que en el fondo deberían ser, lo que nos causa incomodidad emocional.
Cuando una persona habla de un hecho, ocurrido en unas determinadas circunstancias, da por hecho que su percepción es la correcta y única posible, y reacciona en consecuencia a la interpretación que su mente hace de lo observado.
Así, el hecho en sí, pierde atisbos de realidad cuando es relatado a una tercera persona, que por supuesto desconoce las circunstancias de lo ocurrido. De esta manera la realidad y la verdad se van distorsionando hasta el punto de que ya nada se parece a la situación original.
Sin embargo, todo este proceso es ignorado por los individuos, que mantienen su versión condicionada frente a los demás, creando continuos conflictos, tanto de intereses como de comprensión de esa realidad. Porque seguiremos aferrándonos a las ideas surgidas de nuestra mente en base a las interpretaciones que hicimos de la situación.
La percepción de la realidad, incluso de la que nosotros mismos proyectamos, estará siempre condicionada por nuestra forma de ser.
Si somos ignorantes, proyectamos esa ignorancia en los demás, para poder señalarla. Para ello usamos toda clase de artimaña intelectual, con tal de no reconocer nuestra propia ignorancia.
Si mentimos, proyectamos esa mentira sobre los demás, para justificar nuestra verdad. No comprendemos – o no nos interesa comprender- que si alguien dice una mentira, no por ello es un mentiroso en todo lo que diga. Pero nos regodeamos con la idea de saber identificarlo como mentiroso.
Así creamos un mundo de las relaciones basado en ilusiones, en proyecciones mentales de nuestros propios deseos de cómo queremos que sean las cosas. Y eso nos aleja de la realidad de cómo son de verdad. Siempre estamos buscando las cosas que nos agradan, etiquetándolas como buenas, bonitas, agradables, etc., y no porque en sí posean esa cualidad, sino porque nosotros se la hemos adjudicado. Así pues, el mundo de los fenómenos se le adjudican tres cualidades básicas: es agradable, neutro o desagradable.
Este mundo de percepciones, sentimientos y decisiones pertenece al mundo material, a todo lo externo que se basa en los sentidos. A esto llamamos Kong en el budismo, un término que significa que toda la apariencia de los fenómenos es insustancial y carece de esencia ni de identidad propia.
¿Porqué el ser humano es sustancialmente incapaz de asimilar su incomprensión de cómo funciona la mente? ¿Por qué una y otra vez cae en el mismo error, en la misma conducta destructiva para él mismo y para los demás?
Porque llevamos miles de años insistiendo en cómo deben ser las cosas para que seamos más felices – meta de casi todos los seres vivos conscientes - , pero seguimos repitiendo la misma conducta destructiva y nociva.
¿Qué podemos hacer cuando personas ajenas a ti mismo, manipulan a su antojo la realidad de las circunstancias en las que tu te desenvuelves? Porque tu puedes adaptarte a la realidad que has creado en el mundo de los fenómenos, pero cuando te modifican esas circunstancias y te obligan a vivir en ellas, te sientes impotente, despojado de toda capacidad de crear amor e ilusión.
Un prisionero en una celda es capaz de crear un espacio de libertad en su mente, si, por supuesto, pero su cuerpo seguirá prisionero del mundo físico donde le han colocado contra su voluntad.
Un pobre padre de familia es capaz de crear ilusión en sus hijos, con sonrisas y mucho amor, pero no podrá llenar sus estómagos vacíos si no tienen para comer.
Cuando una persona percibe una circunstancia o un fenómeno del mundo material, lo hace siempre a través de sus seis sentidos (aunque básicamente perciba como reales solo cinco). Esto produce una reacción, también en el mundo fenoménico que conduce a nuestras interrelaciones, a nuestras comunicaciones. Es el mundo en el que nos desenvolvemos. Y esa reacción es también la que nos conecta con nuestro mundo interior, de donde surgirán siempre nuevas reacciones a esas percepciones.
Cuando esos fenómenos –sobretodo los negativos- se repiten en forma similar en el tiempo y espacio, los percibimos no ya a través de nuestros sentidos físicos, a lo que estamos habituados, sino que esa percepción surge de nuestros recuerdos.
Y en ese ámbito de los recuerdos no hay experimentación directa de los fenómenos, es decir, la herramienta que usábamos para interpretarlos no está en el presente, sino que echamos mano de los recuerdos que tenemos de ellos. Así, el recuerdo de un dolor sufrido, no es realmente doloroso a los sentidos físicos, y por lo tanto no influye o no puede influir de manera real y efectiva en nuestras reacciones.
Así repetimos una y otra vez las emociones y conductas destructivas, sin percibir que realmente reaccionamos sobre una proyección irreal en el tiempo y espacio del mundo de los fenómenos. De esta manera no estamos casi nunca en el aquí y ahora, en el momento presente, ni percibimos las cosas como realmente son.
Una flor no es nunca ni bella ni fea, es una flor. Una persona no es alta, gorda o mentirosa; es simplemente una persona. No ver a un perro como perro, sin adjudicarle adjetivos, es no verlo en absoluto. Así esta forma de percibir los fenómenos nos separa de su verdadera esencia y fortalece nuestro ego, nuestro sentido del Yo. Los adjetivos que le atribuimos como identidad propia, son ilusorios y en cualquier caso subjetivos.
Nadie es mala o buena persona, ni nada es bueno o malo en si, como forma de identificarlo. Esta manera de clasificar las personas o los fenómenos conduce a una visión dualista, que nos separa de la realidad y nos aleja de la idea de que todo somos parte de la misma cosa.
Cuando por ejemplo, tachamos alguien de mentiroso, no solo estamos percibiendo y proyectando una realidad falsa, sino que ponemos en marcha una reacción en cadena, pues esa persona dejará de tener interés en comunicarse con nosotros. Este hecho se repite millones de veces al cabo de cada momento en las comunicaciones de los humanos, lo que crea un océano de conflictos, todos interrelacionados.
Creamos así un mundo falso, desprovisto de humanidad y basado en lo material…
“Somos capaces de pintar el más hermoso de los árboles,
pero no lograremos jamás que ningún pájaro se pose en sus ramas…”
Nuestra identidad en el mundo de los fenómenos en el que nos relacionamos, esta determinada por dos factores: uno por nuestra propia percepción de lo que somos y el otro por la relación que los demás establecen con nosotros.
De alguna manera existimos en el mundo fenoménico a través de la percepción de los demás. A esto nos hemos acostumbrado desde muy temprana edad, de modo que constituye ya nuestra manera de pensar. Es el origen de la existencia del Yo.
Nos sentimos reconocidos por nosotros mismos a través de la respuesta a los fenómenos y a la relación con los semejantes. Cuando alguien nos aprecia, nos ama o le caemos bien, nos sentimos reconfortados. Cuando se nos odia, detesta o le caemos mal, nos sentimos mal, nos incomoda. En cualquiera de los casos, se ponen en marcha los mecanismos de las emociones que nos hacen sentir. La indiferencia no nos proporciona nada en lo que reflejarnos.
Esto me lleva a pensar en que, cuando alguien, con quien hemos tenido una estrecha relación sentimental, nos abandona, o nos echa de su lado, nos sentimos como que nos falta algo. Y es precisamente ese algo, esa idea de identidad de uno mismo, proporcionada por los demás la que nos falta.
De esta manera, estar demasiado apegado a una persona o situación emocional, cuando ésta nos falta, puede hacernos sentir muy vacíos. Podemos sentir que hemos perdido el sentido de la vida, pues vivíamos la misma a través de nuestra interrelación con los demás y los fenómenos.
Cuando esto nos falta, ¿Cómo o, a través de qué vivimos la vida?
El modelo económico mundial esta basado en premisas emocionales, que los poderosos que sustentan el poder real, manejan a su antojo. Trasladamos nuestros pensamientos, nuestra forma de pensar a nuestras acciones físicas y emocionales, de las cuáles depende nuestro entorno físico de los fenómenos.
Resumiendo un poco, los poderes fácticos (Goldman-Sachs, Bilderberg, Rockefeller, etc.) son los que manipulan los mercados económicos mundiales, prestando dinero a altos intereses a bancos y países, para luego crear conflictos y que esos préstamos no puedan ser devueltos. Así se hacen con inimaginables fortunas y poder absoluto, dominando países enteros, ya que controlan su economía.
Y estamos habituados a ver el mundo material (Kong) como lo realmente importante, obviando que todo ello está sustentado en realidad por todo lo no perceptible por nuestros sentidos, es decir, por nuestra mente y corazón.
La ignorancia de este hecho nos hace navegar por la vida en un barco dirigido por otros pocos, en una dirección que no nos gusta, y encima tenemos que pagar nosotros el barco, que no nos pertenece, bajo la amenaza de que si no te gusta y saltas al agua, te comerán los tiburones.
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